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El desorden que dejas

De: Carlos Montero

Raquel, una profesora de literatura, acepta reemplazar a otra docente en el instituto Novariz, colegio secundario del pueblo de donde es oriundo su marido. En su primer día, se encuentra con una sorpresa, la profesora anterior, a la que todos llamaban Viruca, se ha suicidado. Los alumnos son muy hostiles con Raquel, que deberá esforzarse al máximo para seguir adelante con su trabajo, salvo que las presiones sean tan altas que ella sea empujada al mismo destino que la profesora anterior.

El desorden que dejas es un drama policial de ocho episodios filmado en Galicia, en Orense y La Coruña. El pueblo de Novariz es en realidad otro pueblo, Celanova. La serie está hablada castellano y en gallego y está bien marcada la identidad del lugar. A partir del conocido pueblo chico, infierno grande, esta caldera del diablo está a punto de estallar cuando aparece Raquel, que a su vez trae sus propios traumas y fantasmas del pasado.

La serie está muy prolijamente narrada en dos tiempos. Pasamos del presente con Raquel al pasado con Viruca con indudable habilidad, siendo una de las mayores virtudes de la serie. Viruca es como una especia de Rebecca, la protagonista del film de Hitchcock basado en la novela de Daphne Du Maurier. Raquel sufre con el peso que debe cargar al ocupar su cargo. Y el resto de la trama es como una novela de detectives y a la vez un policial negro. Cada episodio tira una pista nueva para acceder a la verdad. La adaptación del libro de Carlos Montero en el que se basa esta miniserie la hizo el propio autor, pudiendo tener así el control y la responsabilidad de lo que se cuenta.

La secuencia de títulos es muy bella, lo mejor de la serie. Una melancólica canción suena mientras vemos a las protagonistas y distintas escenas pintadas con acuarelas. Lo mejor, sin duda, ya que el balance final no es tan positivo. Sostener la trama durante ocho episodios sin que se alarguen demasiado, sin que el espectador empiece a cuestionar la lógica de los eventos, es complicado y la serie no lo consigue.

Las vueltas de tuerca, las pistas falsas, los cambios de en los personajes, todo deja de tener valor después del segundo episodio. La trama deja demasiados baches, se toma demasiadas libertades. Se puede hacer un guión disparatado que igualmente enganche al espectador, pero este no es el caso. Los actores son muy desparejos, los hay buenos y los hay malos, por lo que cada escena sufre del mismo problema de balance.

En ese aspecto el octavo episodio sufre lo que sufren todas las historias que van perdiendo fuerza. Cuando llegan las revelaciones ya no le importan a nadie, suenan algo rebuscadas y este último capítulo se divide en dos partes igualmente fallidas: el clímax y el epílogo. El clímax no tiene ningún rigor y el episodio se alarga en un sinfín de escenas innecesarias, con explicaciones y cierres que ya no pueden tener el más mínimo interés una vez resuelto el misterio. Saldo negativo para esta miniserie española del 2020.