Fragmentos de una mujer parece inaugurar la temporada de estrenos con pretensiones de Oscar. En un año que tiene una de las peores competencias, todo es posible. Esta historia tiene los ingredientes adecuados. Mucho drama, tono realista, escenas intensas y actores talentosos con momentos climáticos de esos que van a los clips que se muestran en las entregas de premios.
La vida de Martha (Vanessa Kirby) y Sean Carson (Shia LaBeouf), una pareja de Boston, son felices. Ella está a punto de parir, las cosas están saliendo bien. Pero entonces las cosas salen mal y el mundo de ambos se derrumba. El parto en el hogar tiene complicaciones y todo termina en tribunales. Martha deberá sobrellevar la tragedia, al mismo tiempo que su matrimonio se derrumba y la relación con su dominante madre (Ellen Burstyn) se complicada cada vez más.
Los primeros treinta minutos de película son abrumadores. El realizador consigue transmitir en imágenes el malestar físico y emocional, nos lleva por una pesadilla que termina de la peor forma posible. Son minutos agobiantes, que no dejan pensar al espectador. ¿Son algo más que una experiencia angustiante? Para saber hasta que punto son algo más que un golpe de efecto, hay que seguir viendo la película. Luego de ese comienzo la película insiste con su realismo detallista, minucioso y amargo. Pero como suele ocurrir con esta clase de representación de la realidad, la película no renuncia a la música extradiegética y sigue depositando en la actuación grandilocuente su energía.
El final es, en ese sentido, anticlimático y forzado. El director decide detener todo para ponerse en el centro y mostrar todo su juego. Desde la decisión polémica y desacertada de la mirada a cámara a los planos detalles desafortunados que muestran más al realizador que a los personajes. La idea de realismo extremo en el cine conlleva una gran responsabilidad estética que muchos directores deciden no sostener.
En el medio, algunas licencias poéticas absurdas se terminan transformando en la clave que resuelve la trama. Luego de tanta crudeza resulta que un truco de guión permite que la protagonista tome decisiones o finalmente hago los quiebres emocionales que la película no supo como resolver. El ingenio se impuso a la inteligencia y el guionista muestra sus garras una vez más con sus metáforas obvias. Incluso la última escena con la madre es un nuevo golpe bajo para completar los casilleros de “la vida misma” que la película dice exponer. Un producto de temporada de premios, pero lejos del rigor y el mérito que dice tener.