Anna enseña violín en una institución para jóvenes músicos en Berlín. En una votación reñida, ella logra que aprueben el ingreso de Alexander, un chico en el que ve un gran talento. El joven violinista será motivo de obsesión de Anna, y depositario de todas sus frustraciones. Al mismo, su hijo, también violinista, empezará a sentirse cada vez más alejado de su madre. Tampoco las cosas están bien en el matrimonio de Anna, y a medida que se acerca la audición todo parece estar a punto de estallar.
La facilidad que tiene el cine europeo para decir obviedades subrayadas y que sean tomadas más en serio que los films norteamericanos es un misterio difícil de resolver, aun en la actualidad. El exceso de crueldad tal vez sea una de las claves, así como el construir escenas imposibles y absurdas, pero que quieren decirnos que así es la vida real. En el universo disparatado y molesto de este film se suceden escenas solemnes y, como siempre, la música clásica le da un sello de arte mayor que también sigue siendo una clave para intimidar espectadores.
Y por supuesto, no falta lo más importante, algo que se le suma a la solemnidad, la crueldad y la música clásica: el tedio. Simbolismos varios y volantazos de guión que completamente un cuadro sólido para salir por los festivales, pero bastante endeble a la hora de ver una película que recorre todos temas conocidos sin aportar absolutamente nada.