Poco tiempo antes de que empiece la Segunda Guerra Mundial, el arqueólogo autodidacta Basil Brown (Ralph Fiennes), es contratado por una adinerada viuda llamada Edith Pretty (Carey Mulligan) para excavar en sus tierras. No hay mucho tiempo para avanzar porque la guerra está por comenzar. Los miembros del museo local no quieren que Basil sea contratado para una excavación privada ya que requieren sus servicios para trabajos más importantes. Sin embargo, la intuición de Edith es acertada y en sus tierras encontrarán algo totalmente inesperado.
La excavación representa a la perfección un tipo de cine británico que todos los años entrega varias películas entre aceptables y muy buenas, difícilmente obras maestras. Son historias ambientadas en la primera mitad del siglo XX, muchas relacionadas con la Segunda Guerra Mundial. La reconstrucción de época es impecable, las actuaciones son todas perfectas, el guión es sólido y cuenta con claridad una historia. Y lo que se narra generalmente tiene que ver con pequeñas historias personales con el marco de los grandes eventos mundiales de fondo. Son películas efectivas y placenteras, aun cuando algunas de ellas sean tristes o no tengan un final feliz. La excavación cumple con todos los elementos necesarios para formar parte de esta clase de cine que no falla.
Pero como particularidad, la película tiene detalles narrativos que las sacan del clasicismo total. Escenas donde los diálogos son extradiegéticos y no coinciden con la imagen que estamos viendo, momentos en los que la línea temporal se altera un poco sin generar confusión pero si animando un poco la narración. Y también el tema de lo efímero y lo trascendente. Las excavaciones antiguas que durante siglos sobrevivieron en contraposición a la guerra que se acerca y la muerte que rodea a los protagonistas. Película pudorosa, británica y elegante, basada, por supuesto, en una historia real.