Una noche en Miami es una obra de teatro. Es la historia de cuatro personajes importantes de la historia que se reúnen en la habitación de un hotel a discutir sobre racismo, religión, arte y política. Los cuatro personajes son Cassius Clay, Malcolm X, Sam Cooke y Jim Brown. El año es 1964 y la noche es aquella en la que Clay venció a Sonny Liston en Miami.
El guión, de una falta de imaginación alarmante, imagina ese encuentro privado y ese debate de ideas. Como es evidente que se trata de una de esas obras de teatro donde un mediocre imagina a cuatro grandes personalidades diciendo cosas importantes, la película tiene un prólogo y un epílogo para mostrar a los cuatro protagonistas por separado, cada uno en una situación diferente que evidencia cual es su situación previa al encuentro. Pero ubicar dicha reunión luego de la pelea cambia y altera por completo ese concepto, ya que el prólogo de Cassius Clay ya no tiene sentido luego de eso.
La directora Regina King, con algo de experiencia en televisión, pero sobre todo con una trayectoria como actriz, sabe que una película como esta sirve para que los actores se luzcan, para que los críticos de sientan intimidados por la temática y para que los premios no le den la espalda por temor a ser considerados racistas.
En un mundo normal, con espectadores que no estén dormidos y críticos que tengan libertad para opinar, Una noche en Miami debería ser motivo de risa. Es muy ridículo el concepto y muy pobre el resultado. Además, su estructura teatral es tan evidente, que el hecho de buscar disimularla la convierte en una película peor. El cine está para mejores cosas, o al menos así era hace unos años.