Contrario a lo que pretende, Sky Rojo no es un entretenimiento con contenido, es la expresión más pura de frivolidad que es capaz de hacerse en los tiempos que corren. Con una bajada de línea que se repite en cada escena, pero jugando con todo aquello contra lo que dice protestar. Juega a la denuncia, pero solo quiere subirse a la moda ideológica para obtener más éxito. El resultado es un pastiche más cerca de una telenovela adolescente que de una serie de género con estética cool.
Coral, Wendy y Gina son tres prostitutas que huyen en busca de libertad, perseguidas por Moisés y Christian, los secuaces de Romeo, el proxeneta y dueño del Club Las Novias donde las tres mujeres trabajaban. Los ocho capítulos narran esa persecución mientras vamos conociendo el pasado de cada uno de los personajes. Un policial, una comedia, un alegato, un disparate que hace agua por todos lados.
El cine y las series de género muchas veces tienen una idea del mundo y establecen un discurso que convive con el entretenimiento. Esa combinación ha dado y sigue dando grandes resultados. Pero Sky Rojo no es uno de esos casos. Su desesperación por sumarse a los vientos que corren hace que se vea falsa en discurso político que hace. Denuncia con ferocidad la sordidez violenta de los prostíbulos, pero coquetea con el glamour y la estética televisiva de los mismos. Filma un prostíbulo como se lo ve en el cine, pero lo denuncia como en el mundo real, en esa contradicción la serie falla en lograr tanto el contenido como la diversión.
Una banda de sonido descomunal, donde todo sirve para poner una canción famosa, muestra también la falta de criterio de la serie. Cualquier tema entra en cualquier lado, sin respetar lógica, estilo, criterio o significado. Un parche para que el espectador crea que la escena es tan buena como la canción que se escucha. Pues no es así, escuchar una gran canción mal usada es un dolor de cabeza extra.
Por su estética y su banda de sonido, por las citas absurdas y su aspecto juguetón, es fácil ver una imitación de algunos títulos de Pedro Almodóvar o Quentin Tarantino. Pero es insultar a ambos cineastas traerlos para hablar de Sky Rojo. Ellos son frívolos con respecto a la violencia, las drogas y el sexo, pero nunca dejan que la bajada de línea arruine sus películas más humorísticas. Almodóvar tiene melodramas, pero no es ese aspecto de su cine el que se imita acá. Y Tarantino, hoy caído en desgracia por la policía del pensamiento, tiene una mirada más profunda del lenguaje audiovisual, con un talento que está muy por encima de los recursos vulgares que usa esta serie. No, Tarantino no filma así y no, Pedro Almodóvar tampoco.
La denuncia queda empantanada en escenas ridículas, de videoclip. Por voces en off muy malas y flashbacks que dan pena. Busca mostrar un mundo sórdido pero luego se ríe con inverosímiles e imposibles escenas bien fotografiadas y musicalizadas. Peinando a las protagonistas luego de una persecución violenta y sucia, cuando se bañan en el lavadero de una estación de servicio. No pone el acelerador en la violencia ni en el sexo, no se atreve a lanzarse al descontrol y tampoco es coherente a la hora de hacer su discurso. La violencia de género también se hace presente en toda la trama, para seguir sumando material comprometido, pero que no es convincente aquí. En 1986 se estrenó una película llamada Working Girls, dirigida por Lizzie Borden, una inusual -por realista- descripción de la vida cotidiana de un grupo de prostitutas en Nueva York. Es un ejemplo entre muchos para explicar como se puede hacer un discurso coherente sin caer en disparates como los de la aburrida y arbitraria Sky Rojo.