Cole (Caleb McLaughlin), un adolescente de quince años es enviado por su madre a pasar el verano con su padre al norte de Filadelfia. La idea de este reencuentro con un padre lejano es para alejar a Cole de los peligros de una vida marginal. El padre, Harp (Idris Elba) es un cowboy urbano que forma parte de un grupo que vive la vida vaquera en los suburbios de la ciudad. Luchan por mantener su forma de vida siempre en riesgo de extinción.
Cole deberá elegir entre recuperar el vínculo con su padre y seguir sus pasos o ir por el rumbo de su amigo de la infancia hoy dedicado a la delincuencia. Sí, este argumento no es bueno. Hay muchas historias de maduración, del paso de la infancia a la adultez que se basan en este mismo dilema. Pero sigue funcionando. Las decisiones morales y los referentes que pueden marcar el rumbo en la vida de un adolescente.
Lo que marca la diferencia es ese elemento desconocido para casi todo el mundo y es la existencia de cowboys en las afueras de la ciudad de Filadelfia, dentro mismo de los centros urbanos. Es original, sorprendente, es muy interesante conocer ese mundo que aun viéndolo nos parece imposible. El resto podrá ser estándar, pero todo el costado de los cowboys, su forma de vida, sus caballos y su establo es un atractivo absoluto de la película.
No estoy del todo seguro si la película debía aclarar que es una historia real, es decir que todo eso realmente existe. Tampoco me termina de cerrar la moda de que todas las películas cierren con carteles que bajan línea y le da a la obra más un aire de denuncia que de obra de arte. Me gusta más el lado poético y cinematográfico de Concrete Cowboys que su conciencia social. Como sea, a partir de esta película se descubre un mundo nuevo, en el que igualmente las constantes morales del ser humano son parecidas a las del resto de la humanidad.