Kay (Emily Mortimer) y su hija, Sam (Bella Heathcote), regresan a su ciudad natal para buscar a su madre, Edna, (Robyn Nevin) que ha desaparecido de forma inexplicable, sin dejar rastro alguno ni contactándose con nadie. Kay y Sam llegan a la casa, pero Edna no está. El, sombrío y decadente, parece estar pudriéndose. Cuando la desesperación llega al punto más alto, Edna aparece de manera sorpresiva pero no dice donde ha estado hasta ese momento. El alivio inicial se transforma en temor cuando aparecen señales de algo siniestro en la casa.
No está escondido ni es un significado sutil bajo la superficie el hecho de que esta película habla sobre la vejez. Un análisis de la decadencia física y mental vista a través del cine de terror. Tampoco es una sorpresa para quienes aman el género saber que esta clase de temas son moneda corriente. La muerte, el deterioro físico, el dolor, la angustia frente a los cambios de las personas más cercanas. Una y otra vez el género ha desplegado estos tópicos que, en definitiva, son los principales motores del cine de terror y explican su eficacia y continuidad a lo largo de la historia del cine.
La película tal vez no sea tan efectiva a la hora de asustar, pero sí lo es en lo que a temor se refiere. Es decir, no hay terror, solo temores vinculados con la idea de que aquello que fue cotidiano se vuelve extraño. Qué lo más querido se transforma, al menos en un principio, en algo lejano e incomprensible. Es en esa incertidumbre que la película acierta y conecta con el espectador.
La apuesta está enfocada en el costado humano y algo de solemnidad puede aparecer en algún que otro subrayado. Pero puestos a elegir, que un film trata sobre la demencia desde los géneros y no desde la literalidad del drama realista es también una forma más amable de enfrentar un tema tan intenso y doloroso. Conociendo el cine de terror no es una sorpresa que la película esconda un gran corazón. Muchas de las formas de este cine no son otra cosa que una protección acerca de nuestros temores más profundos. No los sobrenaturales, sino los más cotidianos e inevitables.