El reino es una serie argentina cuya primera temporada consta de ocho episodios. No es fácil de ver, sus primeros cuatro episodios son bastante malos, pero a partir del quinto uno empieza a extrañarlos. Un guión bastante adolescente lanza una catarata de lugares comunes y encuentra en un numeroso elenco de sobreactuaciones solemnes un aliado de hierro para torturar al espectador a lo largo de los mencionados capítulos.
Uno de los protagonistas es Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti), un pastor que es candidato a vicepresidente en las elecciones de Argentina. Pero el candidato a presidente es asesinado en el escenario de la campaña y el pastor queda a las puertas de una posible candidatura a la presidencia de la nación. Todo el lado oscuro de su iglesia y toda la trama del poder a su alrededor se irá revelando a lo largo de historia. La investigación del crimen lo compromete a él, a su esposa Elena (Mercedes Morán) y a todo su entorno. Una trama política al estilo House of Cards va creciendo en una de las muchas elecciones contradictorias que la serie tiene.
El guión tiene un sinfín de problemas, desde la lógica y la coherencia de los eventos a los diálogos más infantiles y tontos que alguien pueda imaginar. Una bajada de línea tras otra, varias chicanas muy mediocres y una notable cobardía para describir los males de la Argentina sin acercarse ni por asomo a los males del país. Transcurre en Argentina pero podría haberse hecho en otro lado. Los realizadores son absolutamente incapaces de mirar lo que pasa acá y prefieren armar una ensalada progresista esquivando la verdad sobre nuestro país en los últimos veinte años. Es difícil concebir un guión con una mayor deshonestidad intelectual. Si la idea es hacer negocios, se entiende, si la idea es reflexionar sobre la realidad, son unos hipócritas.
Los actores no pueden hacer nada con esto. La mayoría del elenco ha demostrado poder actuar bien en otras series y películas, pero acá es una especie de récord lo mal que están todos. Nunca tantos pudieron tan poco, se podría decir. Esto se debe a la solemnidad del producto, que los obliga a todos a poner cara de bronce, tomarse el mentón y mirar a la lejanía con expresión de estar diciendo las verdades del mundo. El mundo, claro, no se entera, porque el cocoliche de escenas tampoco deja un concepto muy claro de lo que quisieron hacer.
La serie, sin embargo, se guarda un poco de misticismo y nos regala personajes capaces de tener poderes. Al final, como regalo para que todo sea una payasada sin límites, nos dicen que sí hay personas capaces de hacer milagros o ver la vida de otros con solo tomarle la mano. Un progresismo profundamente religioso, un elogio del pensamiento mágico en contra del poder y el dinero, aunque poder y dinero sea justamente lo que tienen los que produjeron esta serie. Aun como entretenimiento El reino es aburrida y sin interés. Si alguien ve la segunda temporada, que nos cuente como siguió la historia.