Más dura será la caída (The Harder They Fall) es un western con muchas cosas destacables pero también con una cantidad de elementos que le juegan en contra. Luego de una potente escena inicial que evoca a Sergio Leone, la película expone su condición de imitación y copia de estilo. De forma completamente gratuita pone antes de su título el truco de la película cortada del cual Quentin Tarantino hizo una marca para homenajear al cine de los sesenta y setenta.
Ante todo estamos frente a un western de venganza, un tópico muy común en el género, aunque un verdadero western va más allá de eso. No es el caso de Más dura será la caída, cuya sofisticación empieza y termina con su tema, porque no tiene la capacidad de reflexionar sobre la sociedad en su conjunto o sobre la condición humana. Ni sus personajes ni su contexto tiene mucha profundidad.
Un niño observa cómo matan a sus padres y quien comete el crimen le marca una cruz en la frente con su cuchillo. Años más tarde, ya adulto, Nat Love (Jonathan Majors) descubre que su enemigo, Rufus Buck (Idris Elba) ha salido de prisión, por lo que va a buscarlo junto con su banda para completar la venganza que ha sido esperada durante tanto tiempo.
La película cae en la misma trampa que la mayoría de los westerns contemporáneos: creer que la historia del género empezó en la década del sesenta. Por eso no entiende ni consigue dotar a la historia de todas las posibilidades del género. Pero incluso directores de aquellos años, por más revisionistas que fueran, comprendían la esencia del género. Acá estamos frente a una evocación de los westerns del Blaxploitation, esos que protagonizaba, por ejemplo, Fred Williamson. Pero aun en ese aspecto, la película parece recurrir a esa época del cine a partir de la mirada que Quentin Tarantino tiene de la misma.
Ni Tarantino ni esta película se detuvieron a entender el western de las décadas del Hollywood clásico y se nota. El director Jeymes Samuel pone toda su energía en la estética, en el sentido más superficial del término, mezclando recursos y generando un intencional anacronismo en muchas escenas. Parece una película de la década del setenta, con pantalla dividida y planos muy de esos años. A veces consigue un encuadre más sobrio, pero no por mucho. Incluso, y de manera insólita, utiliza un drone en una escena, algo tan perteneciente a la era Netflix que duele.
La dirección de arte es particularmente disparatada, con dos o tres decisiones que son una verdadera payasada, todavía más por ser una opinión política. Y hay un plano que incluso pone a un personaje animado digitalmente para que el realizador pueda ir desde la ventana de un edificio insólitamente ubicado en medio de la calle a la otra punta, donde está el enemigo. Chiches raros, contraproducentes, en definitiva feos.
Pero no todo es negativo. Entendiendo que el western es una mitología urgente y que se imprime la leyenda, el guión elige contar una historia falsa sobre un grupo de personajes del western que sí existieron, pero nunca se cruzaron ni vivieron lo que aquí se cuenta. Allí la película acierta. Profundiza el acierto al tener un elenco de lujo, con personajes a veces raros, pero todos bien interpretados. El elenco afroamericano podrá ser tomado como un revisionismo puro, pero la falta de realismo y el talento de los actores le pasan por encima a esa idea en gran parte de la película. Casi no hay blancos en la película y cuando aparecen son tontos, malos o cobardes. Esa es otra venganza, pero no de los personajes.
La banda de sonido, llena de canciones y ritmos actuales, afloja su modernidad cuando se siente obligada a generar climas serios. Entra y sale pero no siempre queda bien. Las dos bandas de criminales que se enfrentan parecen pandillas completamente urbanas, el western no les cambia ni el tono ni el estilo. Por momentos es divertido, por momentos queda algo ridículo, en particular porque muchos otros directores han pasado por esa misma búsqueda años atrás.
A la película le cuesta mantener el ritmo durante dos horas y media, pasando de una gran escena a una mala, perdiendo el tiempo en momentos demasiado extensos de charlas. Pero tiene un clímax poderoso y espectacular, genuinamente divertido. Y aunque se sienta obligado a ponerse muy seria al final, esa gran fiesta sangrienta es el mejor momento de la película. Con errores y todo, la película tiene una energía que aflora y cuyo elenco respalda con genuina vocación.