La película El apego arranca con un poderoso blanco y negro, es la manera de presentar la década del setenta en Argentina. Estéticamente resulta enigmática, ya que parece un drama tradicional, pero las señales de algo siniestro asoman en cada escena. La joven Carla (Jimena Anganuzzi) recurre desesperada a una clínica que hace abortos clandestinos. Al descubrir que está en su cuarto mes de embarazo, la doctora Irina (Lola Berthet) se niega, pero Carla, que le cuenta que ha sido víctima de la violación de tres hombres, dice que no quiere al bebé. Entonces Irina le dice que le puede vender el bebé a unos clientes suyos y le ofrece a Carla refugio hasta que nazca la criatura. Hasta ahí el guión mantiene su condición de drama y coquetea con algunos comentarios políticos, pero la película no va por ahí.
Pronto el espectador entenderá lo que la puesta en escena venía anunciando y es que ambas mujeres son más complicadas y peligrosas de lo que parecen. La mente perturbada de ambas, curiosamente, logrará un química explosiva, sangriente y demencial. Sumergiendo a la película en esa locura a medida que avanza la historia y el blanco y negro le da paso al color. No todas las ideas estéticas tienen mucho sentido y algunas actuaciones son lejanas al nivel que la película busca, pero tiene a su favor el que se trate de una película sin filtro, lanzada al descontrol.
El director consigue aquí su mejor película, logrando un dominio de su oficio que va en crecimiento. Todavía quedan algunas cuestiones por resolver, escenas bastante fallidas y ridículas y cierta crueldad que no necesariamente está justificada aun dentro de esta trama. Poco a poco el cine argentino ya se puede ir despidiendo de los lugares comunes que le atribuyen y lanzarse a este tipo de propuestas más al límite, sin tantas ataduras ideológicas.