Hace más de veinte años atrás el cine de Corea del sur impactaba en los festivales de cine, dando a conocer así una cinematografía marginada en occidente. No hablamos de un cine de autor, sino también de grandes espectáculos de género. Terror, ciencia ficción, policial, bélico, aventuras y hasta westerns. El cine coreano había llegado para quedarse. Tardó mucho más en lograr que todo el público se abriera al fenómeno. Pero el Oscar a mejor película a Parásitos (2019) fue un paso importante, al mismo tiempo que la era del streaming permitió que se dieran a conocer un número enorme de series. En el año 2021 El juego del calamar fue la confirmación de que la compuerta se había abierto y ahora series y películas son finalmente miradas en serio, con el éxito comercial que además han sabido ganarse.
Estamos muertos no solo es un perfecto ejemplo del talento coreano para el cine y las series, también es un exponente brillante del género de zombis o muertos vivientes. Parece sencillo encarar un tema tan conocido, pero es doblemente difícil pasar un espacio tan recorrido y lograr algo que sorprenda como esta serie de doce episodios. Todo aquello que ha sido usado tantas veces es un arma de doble filo. Por un lado es un género que ha probado tener éxito y por el otro hay que trabajar en serio para hacer la diferencia.
Estamos muertos (Jigeum Uri Hakgyoneun, Corea del sur, 2022)se basa en elwebtoon Now at Our School, creado por Joo Dong-geun. Se conoce con el nombre de webtoon al formato de historieta digital creado en Corea del sur. En este caso se trata de una historia publicada entre los años 2009 y 2011. La trama es acerca de un grupo de estudiantes de escuela secundaria quienes presencian las consecuencias del primer caso de un virus que convierte a las personas en zombis. La propagación es de una velocidad asombrosa y quienes no reaccionan rápidamente se convertirán en las próximas víctimas. Tan simple como se ve, la premisa es clara y todos sabemos como funciona el género.
El episodio inicial consigue presentar a los personajes, plantear los conflictos previos a la propagación de la plaga. Pero todo tiene un ritmo notable. Los personajes bien establecidos presentan las actitudes que luego marcarán las decisiones que tomarán durante el resto de la serie. Estamos muertos es brillante en ese arranque porque en ese mismo episodio se desata la acción y todo lo que uno espera ver también está presente. No especula con postergar las cosas. Tiene mucho para ofrecer, así que todos los episodios son generosos en escenas memorables.
La energía desaforada de los primeros dos episodios muestra que hay algo diferente acá. Está filmada de manera espectacular. Los momentos de suspenso son atrapantes y aunque la mayoría de las escenas son dentro de un colegio, el guión consigue explotar al máximo todo lo que allí se puede encontrar. Un plano secuencia en el comedor muestra una pasión por dar lo mejor que pocas veces se ve hoy en día. El espectáculo que brinda está construido con mucho talento narrativo y los amantes del género podrán entender hasta qué punto esta serie es de una calidad superior.
La tensión que consigue no suelta al espectador en ningún momento. Es sin duda de lo mejor que se ha hecho en materia de series y ofrece lo mejor en cada episodio, no posterga ni alarga las cosas. En cada episodio pasa algo porque en el siguiente hay más para ofrecer. Diez episodios que se pasan volando y que nos hacen querer ver más. Pero lo que marca la diferencia no está solo en el aspecto visual, también funcionan los personajes. Esa presentación inicial se va construyendo hasta que las historias adquieren toda su complejidad. La enorme emoción de cada capítulo se debe justamente a eso. El género siempre ha sido una puerta abierta a las reflexiones más profundas. Todos los conflictos adolescentes que muchas veces vemos en dramas realistas acá se trabajan con enorme efectividad, ya que las situaciones están llevada a un extremo de drama y conflicto elemental que sirve para tratar los más variados temas.
En el medio también aparecen los dilemas morales propios del género, a los que además hay que sumarles el subtexto inevitable de pensar todo en el marco de la pandemia. Las medidas arbitrarias y fascistas, las locuras frente a algo incomprensible y finalmente las lealtades que van más allá de las reglas. Un padre que no acepta quedarse encerrado porque tiene que rescatar a su hijo es un reflejo doloroso y emocionante de todos aquellos que lucharon por ver a sus seres queridos en los últimos dos años más allá de las arbitrariedades del momento.
A diferencia del lugar común de las series actuales, Estamos muertos evita el uso de los flashbacks como una herramienta para rellenar episodios. Solo imágenes sueltas en momentos claves, cuando un recuerdo surge, pero nunca se lanzan a secuencias completas. Esto le da una fuerza a la historia y permite concentrar el drama. No conocemos la vida entera de cada uno, solo los conocimos en los momentos previos a que se desate el apocalipsis zombi. No nos cargan de información innecesaria.
Hay giros interesantes en cada episodio y hasta el final todo es atrapante. Lo que pasa no lo anticiparemos aquí pero las ideas no se terminan en los primeros y espectaculares episodios iniciales. No puede el espectador adivinar qué pasará, ni cómo seguirá la trama. No hay justificación alguna para tolerar series mediocres. La insatisfacción que muchas veces producen los productos de género no pueden ser puestas en palabras, hasta que llega algo que funciona a todo nivel y uno entiende todo lo que no estaba en los otros relatos. Los adolescentes que protagonizan esta serie son los que le dan la fuerza a la trama, porque más allá de los zombis su drama nos importa. Los géneros conocen la manera inteligente y sutil de tratar los temas trascendentes. Estamos muertos es otro ejemplo, pero por encima de todo es una serie muy bien filmada y terriblemente divertida.