Aunque El protegido (Unbreakable, 2000) no es la segunda película de M. Night Shyamalan, es como si lo fuera. Sexto sentido era personal, compleja y entretenida: una historia de fantasmas bien contada donde se muestran las relaciones afectivas entre sus personajes, así como la sociedad en la que viven. Además, era original y estaba muy bien filmada, con un clima y un tiempo ajenos a cualquier especulación de tipo comercial. Arrasó con la taquilla demostrando, de paso, que no es cierto que las películas populares sean malas o superficiales. Aunque parezca paradójico, el compromiso del director, guionista y productor de El protegido consistía en ofrecer más de lo mismo y a la vez algo completamente nuevo. Una exigencia que solo se les pide a los mejores cineastas.
Y el señor Shyamalan demostró estar a la altura de esa exigencia con esta nueva película. Las similitudes con Sexto sentido no residen tanto en la historia (muy diferente) como en los temas, subyacentes a la trama, de los que se ocupa el director. Pensar que lo importante en Sexto sentido era el desenlace es tan absurdo como decir que lo importante en películas como Psicosis es justamente el final. Después de algunos años, el final de la película tendrá tan poca importancia como el del film de Alfred Hitchcock. Lo que realmente importaba allí eran las relaciones humanas y el lado oculto de la sociedad. Las familias, las parejas, de eso trataba Sexto sentido. Pero vistas desde una perspectiva que nada tenía que ver con las instituciones ni con los valores establecidos si no, más bien, con los lazos fundamentales de la vida. El amor entre los personajes no se parece al de ninguna película americana, salvo los films de Eastwood, que constituyen la excepción a todas las reglas. Las historias de Sexto sentido describen una sociedad llena de horror. Filadelfia, símbolo de la democracia, es una ciudad construida sobre crímenes raciales, asesinatos de niños, suicidios inducidos y otras muertes violentas. No obstante, las relaciones entre los protagonistas no son una forma de defensa contra la siniestra tradición sino el producto del afecto sincero entre las personas. Todo esto se repite en El protegido, pero prefiero ilustrado con el otro film porque es mejor no adentrarse tanto en una trama cuya información se da de manera tan equilibrada y con tan buenos climas.
Shyamalan apuesta una vez más a una forma oscura y pausada de contar las cosas. Consciente de que esta historia podría tener escenas espectaculares, eligió sin embargo trabajar el fuera de campo y la elipsis en momentos que hubieran distraído a los espectadores. El accidente de tren del comienzo está contado con maestría, sin alardes y, por supuesto, sin mostrar el choque. De esa manera logra centrarse en el rostro del protagonista y en la insatisfacción con la que se levanta todas las mañanas. El mismo principio se aplica a otros aspectos: la película abunda en tonos apagados y la actuación perfecta de Bruce Willis, igualmente sobria y contenida. ¿Por qué está tan triste el protagonista y quién es el personaje cuya vida se narra paralelamente a la de él? Esas preguntas encuentran respuesta poco a poco y las revelaciones van mostrando, de manera totalmente inesperada, el género al que pertenece la película.
Lo que aparece aquí es la figura del héroe que, como el protagonista de Sexto sentido, es incapaz de entender cuál es el propósito de su misión. Y cuando hablamos de héroes (y villanos) no podemos decir que se trata de la sociedad americana sino más bien de un imaginario universal que nos refleja a todos. Con respecto al tema del héroe, El protegido tiene una mirada poco habitual para el cine americano, su aproximación es sutil, compleja y al mismo tiempo devastadora. Hay dos héroes en esta película: el héroe cotidiano, guardia de seguridad en un estadio de fútbol americano, jugador frustrado, al borde del divorcio y con un hijo que debe compartir el cuarto con él y que admira a su padre profundamente. El otro está destinado a grandes cosas: es un superhéroe, para ser exactos. Pero en las películas de Shyamalan cada don encierra una maldición, y este último será el héroe más triste, oscuro y confundido que se haya visto. El padre, esposo y trabajador ha sido capaz de sacrificios extraordinarios (como muchos padres, claro) pero no sabe a ciencia cierta si han valido la pena. El amor lo une a su familia, aunque algo le falta. El otro héroe descubre muy pronto que la ciudad vive sumergida en la violencia y la injusticia, y que si bien es posible salvar a alguien, miles de crímenes quedarán impunes. Peor aún, descubre que en definitiva su rol de héroe no es más que una construcción, un invento. Como suele ocurrir, se lo ha llamado para resolver crímenes a partir de otros crímenes. Se ha matado para que él salve vidas. Afirmar esto de los superhéroes en una película proveniente del país que más héroes ha proporcionado al mundo en el último siglo equivale a asumir una posición muy osada. Pero decirlo en una película que trata sobre el heroísmo y que comprende los códigos del cine y del cómic y los aplica en cada lugar de la trama supone, además, una gran inteligencia. Y decir que el heroísmo es más común de lo que se cree y que los héroes de la vida real son más puros que los construidos por el imaginario social implica una profundidad de visión que probablemente no sea valorada en toda su dimensión.
A su manera, El protegido es un golpe duro para el sueño de ser héroe, de hacer justicia por mano propia. Y el golpe final lo asesta el protagonista cuando da por tierra con toda la estructura y, dejando de lado todo infantilismo, actúa de manera razonable y barre con cualquier posible fantasía de falsa heroicidad que pueda quedar en los espectadores. No hay que acusar a M. Night Shyamalan de buscar una tristeza efectista, en medio de la locura de un cine americano con directores sin rumbo y sin estilo, pues esta película es un oasis de lucidez y originalidad. No he visto ningún film parecido a El protegido y tampoco ninguno fabricado en la industria que tenga el atrevimiento de advertirle al público de los peligros de tomarse literalmente el paradigma de héroes y villanos. Discursos que suelen venderse para justificar todo tipo de atrocidades en cualquier tiempo y lugar. La película es del año 2000, antes del furor y la saturación de las películas de superhéroes. Casi todas ellas resultan aniñadas y superficiales comparadas con El protegido.