Los cowboys (The Cowboys, 1972) dirigida por Mark Rydell forma parte del último grupo de películas protagonizadas por John Wayne, el final de una larga e incomparable trayectoria que lo tuvo durante varias décadas en lo más alto del estrellato cinematográfico mundial. No solo eso, claro, también fue protagonista de muchas de las mejores películas de la historia del cine. Después de Los cowboys, The Duke filmaría sólo cinco películas más. Aunque no todas tuvieron el mismo tono, incluso algunas son casi una comedia, Los cowboys muestra, como luego lo haría de forma definitiva El último pistolero (The Shootist, 1976), insinuaciones de una despedida que se avecinaba. Es imposible no ver la película de esa manera, ya que el propio guión apunta en esa dirección.
John Wayne interpreta al ranchero Wil Andersen, que debido a la fiebre del oro en el lugar donde vive, no puede encontrar cowboys para hacer un arreo de ganado. Las circunstancias lo empujan a tomar una decisión extrema: contratar chicos para que hagan el trabajo junto a él. El trabajo es difícil y peligroso, pero los chicos, algunos adolescentes ya, tienen diferentes experiencias con caballos y ganado, por lo cual aun con sus limitaciones, aceptan la titánica tarea. Lo más peligroso no es el arreo en sí mismo, sino los demás peligros que pueden acechar. Los acompañará un cocinero experto que de alguna manera es la otra mirada adulto dentro del viaje.
La película requiere del espectador que pase por alto la premisa algo inverosímil, que si bien no se ve ridícula en la película por lo buena que es, es posible que despierte al menos la angustia de que sea demasiado por los pequeños vaqueros. Pero la grandeza de Wayne y su personaje logran que eso pase a segundo plano. Su ambiguo pasado hace el resto. Los dos hijos de Andersen murieron jóvenes y el mismo día, lo que genera la idea de que fue en un incidente en común, lo que sumado a varios diálogos posteriores da la impresión de que no fueron buenos muchachos y murieron en circunstancias violentas. The Cowboys es una película sobre un viejo cowboy con la oportunidad de educar un nuevo grupo de jóvenes de los cuales pueda sentirse orgulloso y sin remordimientos.
También es una segunda oportunidad de ser un líder más justo a lo que fue su personaje de Thomas Dunson en Río Rojo (Red River, 1948). Andersen es estricto por buenas razones, pero admite cuando llega el momento que a veces se equivoca, una corrección con respecto al líder mesiánico de la película de Howard Hawks. Por supuesto que Dunson finalmente se redimía, pero en el camino parecía convertirse en un villano. Acá eso no pasa, porque su experiencia es otra y el dolor de la pérdida de sus hijos le genera una mirada diferente de las cosas. Hay más esperanza en Andersen que desconfianza. Lo que no acepta, como lo dice al comienzo, es un mentiroso, por eso se enfrenta a un grupo de cowboys que piden trabajo pero que le intentan ocultar su pasado. Ese mismo grupo con el que terminará, como es previsible, enfrentándose tarde o temprano.
La película también es un western de una década donde el género había caído en manos del revisionismo mal entendido y los cineasta usaban el género para hacer sus bajadas de línea política. Por suerte en paralelo estaba comenzando su carrera Clint Eastwood, por lo cual el legado estaba asegurado. Esto es importante destacarlo porque la mayoría de los maestros del género se habían muerto o retirado, con lo cual John Wayne estaba en manos de la siguiente generación, con la que no se llevaba del todo bien. Y por cierto tenía razón, claro. Mark Rydell era un director relativamente nuevo cuyas ideas no coincidían con las de la estrella del film. Terminó dirigiendo Los cowboys cuando William Peter Blatty lo vetó como director de El exorcista, una película que definitivamente encontró mejor director. Rydell se llevó bien con John Wayne, como la mayoría de los que trabajaron con él, porque salvo con sus mejores amigos, Wayne no discutía de política en los sets. Irónicamente, Los cowboys fue interpretada como una película pro guerra de Vietnam, pero vista hoy es demasiado forzado pensarla en esos términos, sin duda era una época muy política. La película no habla ni por asomo sobre esos temas.
Otra marca de modernidad es el discurso del chef Jebediah Nightlinger, interpretado por Roscoe Lee Browne, quien siendo negro tiene en sus manos las ideas ya más acorde a los tiempos que corrían. Los malos son racistas, los buenos no, el personaje es inteligente, bueno y honesto, como lo es el protagonista. El western ya llevaba más de quince años de esa actualización, no hay novedad aquí, aunque sí se trata de una gran personaje, sin estereotipos ni exageraciones, educado y sabio. Incluso a la hora de proteger a los pequeños de la tentación de un debut sexual prematuro con unas prostitutas que se cruzan, Nightlinger se comporta como alguien responsable y civilizado.
También la película tiene otros elementos de aquellos años. La dirección de arte tiene ya las marcas realistas del período post estudios y la sangre asoma de una forma más contemporánea. Son simplemente convenciones que van cambiando. La banda de sonido está compuesta nada menos que por John Williams, que pocos años después se convertiría en leyenda al componer la música de Tiburón y de La guerra de las galaxias, por citar dos entre docenas de clásicos de la música en el cine. Williams tiene la inteligencia de usar los tópicos del western en lo que a banda de sonido se refiere y, aunque tiene algunos detalles sutiles contemporáneos, emula a las partituras de Elmer Bernstein, que tantos momentos memorables le dieron al género.
Y finalmente llegamos a lo que convierte a la película en un objeto de culto, debate y discusiones en la filmografía de John Wayne. A partir de este párrafo se contará el final de esta película estrenada en 1972, si no quieren saber como termina, pueden dejar de leer acá. Long Hair, el villano de la película, interpretado magistralmente por Bruce Dern, ha sido objeto de odio desde entonces y en la actualidad. No solo por todo lo desagradable que es, sino también por haber asesinado a Wil Andersen, es decir John Wayne. Para 1972 Wayne era una institución y una leyenda. Sus películas eran con él y sobre él, en una ambigüedad que se enfatizó al final de su carrera. Pero no es que muere en un tiroteo, sino que Long Hair le dispara a Andersen desarmado, incluso, alguno de los tiros, por la espalda. De todas las pocas muertes de John Wayne en la pantalla, esta es la más traumática para los espectadores. A título personal, tardé al menos treinta años en ver nuevamente esta película y lo hice justamente porque en junio del 2022 se cumplen cincuenta años del estreno. No necesitaba verla de nuevo para recordar lo terrible de la escena. John Wayne le avisó a Bruce Dern que esto marcaría su carrera, diciéndole que el público lo odiaría, pero él contestó “Pero me amarán en Berkeley”. (Universidad centro de las protestas de izquierda en esos años). Varios papeles perdió Bruce Dern debido a este personaje, nadie lo quería contratar. En el año 2016 Bruce Dern contaba que todavía recibía correo amenazándolo de muerte por su papel. El elogio más raro posible, pero prueba de su eficacia. ¡Muchos villanos hubo en el cine de John Wayne, pero nadie odia, por ejemplo, a Lee Marvin! En los foros donde se debaten los films de John Wayne todos aman la actuación de Bruce Dern pero siguen admitiendo que lo detestan. Me pasa lo mismo, a pesar de su gran carrera, nunca puedo mirarlo sin sentir algo de ese desprecio inicial.
Pero la muerte de John Wayne va más allá de este detalle. Lo importante es que para los espectadores fue el anuncio del final, algo que, como mencionamos, ocurriría en su enorme despedida cinematográfica, la obra maestra de Don Siegel, El último pistolero. Sin Los cowboys tal vez esa película no hubiera sido posible. Wil Andersen quiere que los chicos sean gente de bien, por eso, como en El último pistolero, intenta alejarlos de las armas, evitando que sean unos pistoleros. No es una contradicción para nada, una cosa es ser alguien armado y otra diferente es resolver todo con violencia. Siempre hablando del western, claro. Por eso el final es particularmente emocionante. Los chicos terminan el arreo, hacen una lápida y van junto con el chef a buscar el lugar donde han enterrado a John Wayne. No logran encontrarlo, lo que es una de las ideas más bellas y poéticas posibles. Podría haber sido la despedida del actor, aunque por suerte hizo algunas películas más.
Hay quienes dicen que esta idea fue del propio John Wayne, inspirado en el poema que a él le gustaba mucho llamado Do Not Stand at My Grave and Weep escrito por Mary Elizabeth Frye. El texto es el siguiente:
No te pares en mi tumba a llorar,
Yo no estoy ahí, yo no duermo.
Yo soy un millar de vientos que soplan,
Yo soy los reflejos de diamante en la nieve,
Yo soy el sol sobre el grano maduro,
Yo soy la suave lluvia de otoño.
Cuando despiertes en el silencio de la mañana
Yo soy la rápida elevación
De pájaros silenciosos en vuelo circular.
Yo soy la suave luz de las estrellas por la noche.
No te pares en mi tumba a llorar.
No estoy allí, no me morí.
Aunque no conocía el poema al momento de ver la película, es exactamente eso lo que transmite el excelente final de la película. Los chicos, buscando el resto físico de alguien que ya es parte del paisaje y de sus vidas. Aquel que les ha enseñado a convertirse en hombres, el que les dijo que estaba orgulloso de ellos. Finalmente el padre educó a sus hijos y los hijos se transformaron en adultos. En ese aspecto la inverosimilitud comentada ya no es tal. La despedida de un gigante y el nacimiento de una nueva generación. De eso tratan muchos westerns y en particular Los cowboys, estrenada cincuenta años atrás.