El cine más clásico y con intenciones de público masivo tiene como su mayor defecto la mediocridad. Es mejor apostar a la medianía que a una identidad clara que puede robarle demasiado público. Ese cine ha dado cientos de obras maestras y las seguirá dando. Ser mediocre no es obligatorio, simplemente está permitido si se cumple con la taquilla. El cine más moderno y sin tanta pretensión comercial, por otra parte, tiene como mayor enemigo hacer un cine atrapado en un circuito de festivales, subsidios, becas y todo un mundo de cómplices que premian y festejan a los imitadores de genios. Sí, el cine comercial tiene también sus cómplices, por supuesto. El problema es que cuando uno ve una película como Manto de gemas se imagina un marco teórico que justifica todo lo que aparece en pantalla, aunque en la práctica sea un film pedante, aburrido y finalmente arbitrario. Peor aún, es una película completamente mediocre, justamente a lo que esta clase de cine podría renunciar. La esperanza de poder escapar de los defectos del cine clásico para encontrar algo exquisito no se ve recompensada en lo más mínimo.
La mediocridad no tiene que ver con la taquilla. Que una película sea buena o mala tampoco. Pero en el mundo del cine jugar a ser un genio sin serlo deja a los directores sin hacer buen cine y a los espectadores tolerando esta clase de títulos. Eso sí, si uno pertenece al Tercer mundo, siempre habrá premios y becas, porque la culpa de hacer cine en serio lleva a los países del primer mundo a respaldar a los pueblos pobres del planeta y así sentir que están haciendo un bien antropológico. Sí, tal vez sea demasiado para cargar sobre los hombros de Manto de gemas, porque a pesar de que roba a mano armada los recursos que hace sesenta años estaban agotados, igual busca seguramente con sinceridad, crear imágenes y situaciones personales con mucho cuidado estético.
La directora de la película ha trabajado como montajista con Carlos Reygadas y Lisandro Alonso, es decir que ha pegado veinte planos por película, como máximo. Sí, es un chiste. Porque incluso Reygadas y Alonso ya han agotado su sorpresa como directores y han jugado con mucha astucia su carta de ser parte del jet set festivalero. Una vez que, talento mediante, se entra fuerte, se puede permanecer allí por siempre. Talento cinematográfico o político, claro está. Difícilmente estos directores vuelvan a sorprender a alguien, pero ya son parte de la gran familia. No se preocupen, hay gente que ha estudiado toda su vida para justificar cada plano de esta películas y tirar toda la biblioteca para explicar lo inexplicable. Fuera de los festivales este cine no existe y su supuesto contenido social es nulo, ya que no produce ningún tipo de interés en ese aspecto. Se podría decir que el conflicto de violencia en México que la película trata jamás se vuelve explícito, aun cuando dicha violencia subyace en muchos momentos, sepultada siempre en metáforas. Pero es verdad que el discurso no es explícito, ni claro, ni interesante, ni nada. Hay tomas muy lindas, aunque casi todas ellas duran más de lo que deberían. Genios del cine hay pocos y este no es el caso. Extrañamos a los verdaderos maestros cada vez que vemos cosas como Manto de gemas.