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Santa Evita

De: Rodrigo García y Alejandro Maci

Santa Evita es una miniserie militante creada a partir de la novela de Tomás Eloy Martínez, usando sus méritos y su fama para traicionarla tanto a nivel estético como ideológico. Una biografía de Eva Duarte y Juan Domingo Perón con la complejidad y la honestidad intelectual de los dibujitos kirchneristas de Zamba hechos para el canal infantil Paka Paka. A una gran historia policial con toques de horror gótico le agregan una biografía hecha a la medida de los deseos del kirchnerismo, como si se la hubieran encargado directamente desde el poder. Todos los films biográficos que se han hecho de Eva Duarte han dado cuenta, en todos los tonos posibles, de lo que acá se repite sin riesgo, sin estilo y sin el menor atisbo de transparencia.

Darío Grandinetti en su interpretación de Juan Domingo Perón es una de esas catástrofes incomprensibles pero anunciadas, un papelón a plena luz del día que no parece haberle importado en lo más mínimo a los realizadores de la serie. Su trabajo con Pedro Almodóvar o la idealizada pero nunca más revisada relación con Eliseo Subiela puede que le hayan dado un nombre de proyección internacional, pero hace años que el actor se empeña en trabajar cada vez peor, con el raro vicio de interpretar a personajes de la vida real. Fue deplorable al interpretar al Papa Francisco, pero nada nos preparó para tolerar lo que aquí hace. ¿Qué tan seria es una producción que lo elige para el papel? No hay explicación honorable para justificar su participación, aunque tal vez existan otras razones que nos exceden. No importan los motivos, solo los resultados. Y lo que queda es una tragedia dentro de la ya bastante atacada cultura audiovisual nacional. Si la fuerza de una cadena la establece su eslabón más débil, pues esta tiene varios, solo que el más evidente es Darío Grandinetti. No hablamos solo de debilidad artística, sino ideológica. Su elección delata que viven de espaldas a la realidad o les importa poco.

Santa Evita fue un bestseller de la década del noventa escrito por Tomás Eloy Martínez. Su éxito no fue solo de ventas, también fue considerado uno de los grandes libros de aquel momento. Escritores como Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez lo elogiaron. Se publicó en 1995 en una Argentina muy diferente a la actual. El gobierno de aquellos años era peronista, pero no estaba aferrado a la idea nostálgica del peronismo original. Para el gobierno de Carlos Saúl Menem todo el universo místico católico necrófilo no tenía ningún valor real. Es por eso, tal vez, que en 1993 el público disfrutaba de un film como Gatica, el mono sin que las diferencias políticas se impusieran por encima de lo que mostraba el film. Incluso la locura de Perón: sinfonía de un sentimiento (1999) también de Favio se llegó a terminar, aunque tal vez ahí la difusión terminó siendo muy menor. La Evita que más le interesaba al presidente Menem era la de Madonna, no tanto como película sino por la idea de tener a la cantante y actriz de visita en la Argentina y poder estar cerca de ella. Santa Evita es una novela de horror gótico con un poco de policial negro, muchas cosas inventadas en beneficio de la ficción y muchas reales mezcladas con una mitología inocua y lejana.  En el año 2022 la explotación del relato y sus consecuencias son una moneda corriente cuyas consecuencias llevaron al país a un nuevo desastre político, cultural y económico perpetrado por el kirchnerismo. Cuando se publicó Santa Evita, propios y ajenos podían disfrutar de una ficción tan entretenida como alocada. Como algo sintomático hay que decir que varios peronistas no saben diferenciar lo real de lo inventado por el libro de Tomás Eloy Martínez. Hasta el guión de Eva Perón (1996) de Juan Carlos Desanzo escrito por José Pablo Feinmann tenía escenas que él creía históricas y eran inventos de Tomás Eloy Martínez. Otra capa más de mitología que se aleja de la verdad. La ficción, claro, puede y debe darse esos lujos si lo desea. Tomás Eloy Martínez siempre puso énfasis en que se trataba de una novela. Hoy es más difícil para el espectador hacer caso omiso de la realidad que lo rodea, pero eso no es culpa del libro. Hemos retrocedido y mucho porque han instalado una mitología se ha convertido en libro de historia. Aunque el proyecto de realizar una producción a partir de Santa Evita no sea nuevo, elegir, repetimos, a Darío Grandinetti, uno de los muchos actores fervorosamente kirchneristas, es faltarle el respeto al libro y los espectadores. Lo único que diferencia ideológicamente a esta miniserie de las calamidades del ministro Tristán Bauer es que el proyecto ha sido perpetrado para el streaming como una producción grande y no para darse en una señal perdida del cable o en una función en el Gaumont. La elección de Grandinetti ofende a los espectadores argentinos, pero no les importa. Eso dice todo sobre esta producción.

Santa Evita no depende de una novela para su fracaso ni su éxito artístico. A pesar del descomunal éxito de ventas, está claro que la miniserie será vista por muchos espectadores que no la han leído. Lo mismo que pasa con todas las adaptaciones. Es divertido comparar libro y adaptación, pero también es un poco inútil. ¿Cuántas películas y series hemos visto sin conocer el texto previo o conociéndolo sin que esto altere en nada nuestra apreciación? En la miniserie ocurre algo que lo complica todo y por eso el énfasis en las actuaciones. En Argentina los actores actúan editorializando. Se les nota que opinan sobre sus personajes mientras los interpretan. Aunque Ernesto Alterio se haya forjado en España y Natalia Oreiro sea uruguaya, comparten su opinión sobre sus personajes al estilo del peor estilo argentino de actuación. Cada uno está fascinado por poder decir que les parece el personaje que les tocó interpretar. El resultado es, por supuesto, malo. Natalia Oreiro realiza una interpretación insólitamente por debajo de su habitual carisma. El único que entiende la situación es Francesc Orella, el actor español que interpreta a Pedro Ara Sarriá, el médico especializado en conservación de cadáveres. Los escalofriantes momentos donde realiza el embalsamamiento son lo mejor de la miniserie en parte gracias a él. El personaje del periodista Mariano Vázquez, interpretado por Diego Velázquez, también funciona, aunque luego se lo desplaza en favor de la apología del matrimonio presidencial. Cuánto más se arriesga la serie, más gana. Cuando el horror se manifiesta, gana la ficción. Aunque sea menos verosímil plasmada en imágenes que en el texto, esas escenas son las que funcionan.

A pesar de que la producción no practica el pobrismo mediocre del período cinematográfico y televisivo kirchnerista, igual se le cae por todos lados la ideología. Si lo hace para congraciarse con el peronismo o si simplemente busca jugar a una Evita para los mercados internacionales, poco importa, lo que ocurre es que le quita valor como ficción. La miniserie tiene un elaborado trabajo de fotografía y hallazgos de reconstrucción de época que merecían una mejor adaptación de la novela. Con un presupuesto que parece limitado, se ha encontrado la forma de resolver varios momentos de forma digna. Hay, igualmente, papelones técnicos, como cuando superponen el rostro de Natalia Oreiro sobre el de Eva Duarte en La pródiga (1944). Los recursos más finos y sutiles de Tomás Eloy Martínez se pierden en el camino, en parte por ser genuinamente literarios. Hay que hacer un esfuerzo muy grande para romper una historia que ya había sido contada y plasmada en una novela. Pero la miniserie fue infiltrada por los males de un sector de la cultura que vive encerrado en su mundo, de espaldas por completo a lo que pasa en la realidad del país que dicen retratar. Nadie, pero nadie, desea ver los mismos rostros actorales haciendo siempre las mismas muecas gastadas, solemnes y antiguas e interpretando, por enésima vez, a Perón y Duarte. Fundieron el INCAA y ahora se pasaron todos al streaming como si la culpa del desastre del cine argentino no fuera en gran parte por ellos.

Cuando la miniserie juega a ser un relato oscuro y siniestro, cuando el periodista que investiga parece un personaje de policial negro, la historia muestra lo que pudo haber sido.  Se podría haber resuelto con la mitad de los episodios, la miniserie sería mejor si no tuviera todos los flashbacks biográficos de Eva Duarte y Juan Domingo Perón. La bajada de línea arruina todo. Uno de sus realizadores, Alejandro Maci, declaró en una entrevista que la gira de Eva Duarte por Europa fue un éxito. En manos de esa mirada se pierde todo interés. Dicen haber hecho una gran investigación, pero curiosamente esto los alejó de la verdad. Relato en estado puro, actualizado para el 2022. Por otro lado, el guión intenta poner énfasis en las cuestiones de género, mostrando la violencia machista hacia Eva Duarte muerta. Lo curioso es que en la actualidad son justamente las guionistas, los actores y los realizadores los que vejan a Evita, convirtiéndola en algo que no fue. La Eva pañuelo verde, la Eva volcada a un feminismo del siglo XXI, algo absolutamente todo lo contrario a la real, es un ejemplo perfecto de como abusan de su memoria. Como todo mito, Eva Duarte es adaptada y acomodada para ser utilizada como mejor sirva. Los estudios de género ya existían cuando se escribió la novela, pero en los eventos mismos estaba todo lo que se necesitaba saber. No, no les alcanza, hay que ir por más, hay que bajar línea, subrayar y machacar. La biografía de Eva Duarte se hizo muchas veces y esta miniserie tira por la borda la chance de acceder a un tema agotado desde un lugar nuevo. Un análisis del fetichismo nacional que pudo haber sido interesante, pero que termina siendo una pieza más de ese fetichismo. No puede ni quiere salir del laberinto.

El estreno de esta miniserie coincide con los setenta años de la muerte de Eva Duarte, porque el marketing capitalista y la veneración religiosa se dan la mano cuando se trata de ganar dinero. Me parece perfecto hacer producciones para ganar plata, así se debe financiar el cine y la televisión. Pero ese estreno coincide también con una Argentina prendida fuego y es la síntesis perfecta de la banalidad de la comunidad artística nacional. Son una María Antonieta en formato actores, guionistas y realizadores. Alfombras rojas, producciones fotográficas y la ciudad empapelada para que sigamos consumiendo su complicidad con el populismo que ellos festejan pero que nunca sufren. ¿Cuántas más veces van a filmar la historia de Eva Duarte y Juan Domingo Perón? ¿Cuándo alguien va a contar la otra historia? La verdadera historia, como diría el cantante peronista favorito del presidente Alberto Fernández aunque creen que ellos son los silenciados. ¿Hace cuánto los artistas viven del relato? El peronismo sigue, aun con años y años en el poder, contando como han sido las grandes víctimas de la historia argentina, sin permitir que alguien diga que ellos han sido en muchos momentos y también desde hace veinte años, los victimarios y responsables de un desastre absoluto. Cada ficción que perpetúe ese relato es una vergüenza y esta, aunque podría no haberlo sido, termina cayendo en la misma trampa. Peor aún, nos mete a todos en la misma trampa y le vende al mundo, una vez más, el mito que solo perjudica a los argentinos. Todavía queda el libro, lo que hace innecesario sufrir con esta miniserie que es a todas luces una oportunidad malintencionadamente desperdiciada.