Peliculas

EXPIACION, DESEO Y PECADO

De: Joe Wright

PARAÍSO, INFIERNO Y PURGATORIO

La mentira signa el destino de toda ficción, pues el origen de ésta reside en el acto mismo de fingir, o sea, en hacer creer con palabras, gestos o acciones algo que no es verdad. No hay en ello, sin embargo, un comportamiento pérfido, ni una traición solapada, sino una especie de infidelidad consentida. Aún cuando la ficción nace afectada por el engaño, es justo reconocer su esmero por otorgarle visos de credibilidad a una realidad viciada. Pero las mentiras no sólo fundan ficciones, también esculpen las aristas de algunas verdades cargadas de oprobio.

De mentiras que buscan redimir una verdad ignominiosa está construida la historia de Expiación, deseo y pecado. Una adaptación de la novela del británico Ian McEwan, Expiación, que dirigió el realizador Joe Wright luego del éxito obtenido con su film anterior, Orgullo y prejuicio, basado en el clásico de Jane Austen. Alejado de las formas puras a las que el tono realista de la novela de la escritora inglesa lo ciñeron en su película anterior, Wright pone esta vez al servicio del relato una serie de recursos cinematográficos que demuestran que su sobrado dominio del lenguaje puede exceder los marcos de la obra literaria que la antecede. Aunque más que excederlos, lo correcto sería decir que los ajusta, los transpone en su exacta medida. Es bien sabido que muchas veces en el pasaje que se opera al adaptar un libro al cine, ciertos elementos propios de literatura se tornan intraducibles, como si carecieran de un sentido equivalente dentro del universo cinematográfico. El tema no se reduce a afirmaciones retóricas, son vastos los ejemplos de transposiciones fallidas; la reciente versión fílmica de El amor en los tiempos del cólera da cabal prueba de ello. No es esto, sin embargo, lo que ocurre en Expiación…, un film que dialoga en forma amena y respetuosa con el libro que le dio origen.

La película está conformada por tres grandes bloques, el primero y el último regidos por el uso de la palabra como recurso narrativo dominante, y el del medio, por la plasticidad de las imágenes; los tres funcionan en un conjunto armonioso como la tríada de una “divina tragedia”. A su vez, todo el relato está punteado por el sonido del teclado de una máquina de escribir, un recurso que convierte en autoconsciente al espacio en el que el mismo se despliega.
El principio de la historia nos sitúa en la campiña inglesa durante el sórdido verano del año 1935, allí se mueven los personajes de esta historia, una joven pareja de enamorados a quienes los separa la distancia que les impone su pertenencia a clases sociales distintas. Pero al destino de su amor no lo va a regir el ánimo de su decisiones ni las reglas de una sociedad pacata, sino el fútil accionar de una niña inescrupulosa y con aires de escritora, que juega al azar con dados cargados de sus deseos reprimidos. Así es como a través de una mentira expulsa a los enamorados del paraíso y los condena –y se condena– a un deambular sin rumbo.
En la segunda parte de la película descendemos, a través de una puesta en escena que por momentos cobra tintes fellinescos, hacia los turbios parajes del infierno de la Segunda Guerra Mundial. Allí se produce el trágico desenlace de una historia que, años más tarde, esa niña –ya convertida en adulta– intentará torcer –por medio de la escritura novelada de los hechos– al dotarlos de la gracia que su vil torpeza les privó en la realidad.
La última parte de Expiación… funciona como el epílogo de esa obra de ficción que su autora re escribe una y otra vez en una suerte de vana expiación de su culpa.
Joe Wright consigue así que la película se convierta en un ensayo acerca de la moralidad que un autor pone en juego al momento de decidir el destino de sus personajes. La misma interrogación que Ian McEwan se hacía en su libro. Y si bien el resultado de esta adaptación es exitoso en términos de forma y estructura, se pierde en esa fidelidad algo de la pasión que motiva el fondo de la historia. Quizás esa pequeña falta no sea más que la consecuencia de hacer consciente o develado un secreto que las partes –quien “trama” el engaño y quien se deja “engañar” – debieran haber mantenido en silencio.