DEL CREPÚSCULO AL AMANECER
El cine es un arte a través del cual se narran historias, se crean personajes y se reflexiona sobre diversos aspectos del ser humano y del mundo. Los directores son quienes relatan esas historias, deciden el destino de esos personajes y, según como lleven esto adelante, meditan acerca de los temas que les interesan y los obsesionan. En el transcurso de este proceso, los directores pueden decidir ser más o menos fieles a la realidad, sin embargo, cuando la historia elegida responde a las reglas que dictamina la ficción, las circunstancias que esos seres vayan a atravesar dependen exclusivamente de la sensibilidad y la imaginación de sus realizadores. No se trata sólo de la construcción de finales felices o trágicos, sino más bien, de la grandeza y la complejidad que les pueden (o no) otorgar. Cuando un realizador utiliza a sus personajes para hacer una bajada de línea personal y los expone a convertirse en carne de cañón de sus batallas, suele caer en actos de gran crueldad. Así pues, muchos cineastas reconocidos han construido su fama y prestigio en base al sadismo con el que han maltratado a sus criaturas. Exactamente lo contrario a lo que Anahí Berneri hace en Encarnación, su segundo largometraje.
Ernie Levier (Silvia Pérez) es una actriz y vedette que ha pasado su cuarto de hora, sus quince minutos de fama, pero que a pesar de ello hace humildes esfuerzos para no caer en el olvido, al tiempo que intenta darle un nuevo rumbo a su carrera. Frente a un tema de estas características, cualquier director avieso hubiera sometido al personaje a un ejercicio cruel y sádico, lleno de golpes de efecto y manipulaciones. Anahí Berneri toma con convicción e inteligencia el camino contrario. En Un año sin amor, su película anterior, Berneri toca asimismo un tema complejo y propenso a sucumbir bajo las garras de tales tentaciones, sin embargo, allí también elige ir en otra dirección. En ambos films la directora demuestra un profundo afecto y respeto hacia sus personajes, aunque sin caer por ello en el facilismo de mostrar un universo idealizado, carente de angustias o conflictos. Berneri asume la crueldad que rodea a la protagonista, pero no actúa en forma despiadada con ella, tal como lo hacen algunos de los otros personajes que aparecen en el film.
Elogio del talento sobrio
Encarnación es una película bella, profunda y emotiva, así como también, sobria y muy profesional. Basta observar la seguridad con la que Berneri filma los exteriores en el centro de la Capital Federal para darse cuenta de que no salió a la calle con una cámara a reproducir ese insufrible estilo post nouvelle vague que venimos tolerando en gran parte del cine independiente contemporáneo. Es que no todas las películas pueden ser filmadas con esa impronta semi documental que pudo tener su razón de ser en su momento, pero que hoy pocos realizadores saben aprovechar a favor de su película y que muchos sólo utilizan como consecuencia de una penosa falta de presupuesto o de organización. Encarnación, en cambio, está filmada en base a un lenguaje sobrio y a decisiones inteligentes, que buscan que el espectador no pierda de vista a su protagonista, cuya presencia en pantalla es casi absoluta. La película busca dar cuenta de dos universos bien distintos, el de la ciudad y el del campo, y expone sus diferencias sin caer en la obviedad, sino que lo hace siempre en relación al corazón de su protagonista principal. Esta sobriedad tan propia del film se extiende no sólo a los aspectos técnicos, sino también a ese personaje solitario que construye y, por supuesto, a la actriz que lo interpreta, Silvia Pérez, quien, aun cuando podría llegar a sentirse cercana a algunos aspectos de su personaje, no sucumbe ante la posibilidad obvia y facilista de interpretarse a sí misma. Así pues, para quienes no la conozcan lo que ven en pantalla es una actriz que construye un gran personaje, plagado de pequeños detalles, de ricos matices que la directora logra hacer destacar. Si acaso, como dijimos, el tema se prestaba para un tratamiento ligero, la actuación también era una trampa para ello, de la cual Berneri y Pérez salen más que airosas. Es curioso que Pérez, que siempre tuvo talento pero que jamás fue tomada en serio debido al tipo de cine y televisión que hacía, se luzca tan por encima de los siempre desganados jóvenes actores del cine argentino independiente. El resto del elenco es sólido y acompaña muy bien la templanza de todo el film. Este estilo clásico, directo, bien claro en su narración y sin golpes de efecto o recursos rebuscados, permite también acceder a la emoción, una característica altamente despreciada por los críticos y los festivales de cine de los tiempos que corren. Es que la emoción tiene relación con la inteligencia con la cual una película analiza los conflictos de sus personajes y los escollos que éstos deben sortear a lo largo de la historia. La pretensión de hacer films que busquen todo el tiempo quebrar el lenguaje cinematográfico sin emocionar y sin siquiera contar una historia, es una idea casi suicida, que por suerte aquí no se sigue, tal como tampoco ocurre en los films de otros directores, como Adrián Caetano, Daniel Burman o Damián Szifrón. Berneri se mantiene fiel a sí misma y conduce por segunda vez un largometraje por un camino personal.
Dos mujeres
Algunos claros aires de Sunset Blvd. (1950, Billy Wilder) recorren los primeros minutos del film, más aun cuando Ernie le dice a un periodista que está escribiendo un guión. Pero mientras que Sunset Blvd. (El ocaso de una vida es el título con que se estrenó en nuestro país) es una cumbre del melodrama gótico, con toques de cine de terror y film noir, y volcado a un tono mortuorio que hoy es ya una leyenda, Encarnación sólo la toma como punto de partida para luego ir por suerte en un sentido propio. Bien alejada del melodrama, retrata con ternura a una actriz que vive en plena calle Corrientes, con una significativa marquesina de teatro frente a su ventana. Una mujer que tiene un hombre que la quiere y con quien lleva una relación que adivinamos no del todo formal, pero de todas formas protectora y firme. El gran quiebre se produce cuando la sobrina la invita a su cumpleaños de 15, y ella viaja al campo a enfrentarse con una familia que la desprecia y la ignora. Allí, Ernie se encuentra y enfrenta con toda esa gente, pero también con su sobrina, quien la admira profundamente. Y allí vive la esperable transformación de la que logra aprender muchas cosas. Tolera en silencio el desprecio durante todo el film, pelea contra el paso de los años y en los últimos minutos se encarga de poner las cosas en orden, hacia fuera y hacia adentro de su corazón. Como una inesperada heroína fordiana, hace lo que tiene que hacer para darle a su sobrina aquello que la joven no obtiene en sus padres, le allana el camino para su madurez y le deja un simbólico y emocionante acto de rebeldía e individualidad. Acto con el cual ella, a su vez, también renuncia a estar en primer plano aunque en el fondo se vuelva la artífice de la felicidad de Ana, quien a los quince años comienza a hacerse mujer. Ernie demuestra que puede dejar de ser en pos de alguien a quien quiere. Tal sacrificio incluye el reconocerse vulnerable, necesitada de amor y cuidado. Anahí Berneri le otorga a su personaje un final que tal vez no sea exageradamente feliz, pero que sí es complejamente sabio. Si bien el tiempo no puede dejar de pasar, está claro que frente al ocaso de una estrella, la película culmina con el amanecer de dos mujeres. Una es Ana, que empieza a vivir; la otra es Ernie, que comienza a entender.