Libros

LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE

De: José Saramago

EPICA CONTEMPORÁNEA

“Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos.”
José Saramago, Ensayo sobre la ceguera

Con la publicación de la última novela del Premio Nobel portugués, Las intermitencias de la muerte, la crítica remarcó –en teoría, haciéndose eco de las palabras del autor– la idea de que la literatura de Saramago se articula siempre sobre “lo improbable y lo imposible”. Es probable y posible coincidir sólo si se lee su obra en un nivel literal, es decir, si se atiende únicamente la descripción de los argumentos o el marco sobre el que se construyen sus últimas historias. En un país innominado e ignoto, que posiblemente sea siempre el mismo, primero la invasión de una suerte de peste priva a todos los habitantes, salvo a una mujer, del sentido de la vista (Ensayo sobre la ceguera); luego, más del ochenta por ciento de la población decide votar en blanco (Ensayo sobre la lucidez); más tarde, la muerte desiste de sus funciones y abandona al país a la inmortalidad, luego regresa pero con un sistema temerario para comunicar a los mortales el final de sus días y, finalmente, se distrae con ocupaciones terrenas para que todo vuelva a empezar: matar o no matar, morir o no morir, ése es ahora el conflicto (Las intermitencias de la muerte). Sin embargo, el estruendo político, económico, institucional, social y afectivo que cada una de esas situaciones hace emerger poco o nada tienen que ver con lo imposible o lo improbable, más bien al contrario, constituyen un espejo fidelísimo de nuestra vida diaria. Con honda clarividencia, Saramago sabe servirse de la ficción para descubrir la fragilidad de la condición humana, lo inherente a nuestra naturaleza y a la sociedad que hemos podido conseguir, con todos sus vicios, hábitos y creencias universales.

De ahí el carácter innominado, atemporal y ageográfico de sus sociedades, donde omite las señas individuales de un país y borra las huellas particulares de sus habitantes. Además de que a menudo personas e instituciones –como también en este caso la propia muerte– aparecen de algún modo empequeñecidos por la tipografía minúscula, los personajes carecen de nombre propio y son identificados por sus funciones sociales: la mujer del médico, la chica de las gafas oscuras, los delegados del pdm, el pdd o el pdi, el yerno del viejo, el jefe de gobierno, el violonchelista. Resignificación del recurso de fórmulas fijas que utilizó la literatura oral desde la epopeya homérica: Atenea, la de los ojos de lechuza, Mercurio, el de los pies alados, etc.

Tan heterogéneas son las dos partes en las que se divide Las intermitencias de la muerte que parecen escritas por dos autores diferentes. En la primera, como en los Ensayos, presenta a una sociedad escandalizada frente al cimbronazo de lo inesperado: la muerte ha cesado su actividad y, para morir, hay que cruzar las fronteras. El hombre recibe el cetro de la inmortalidad para descubrir que la vida sin la muerte ya no es vida. El sueño de la humanidad se ha vuelto real, pero ahora las funerarias, los geriátricos, los hospitales, las agencias de seguros y de jubilados, el gobierno, la iglesia y los familiares deben encontrar nuevas formas de convivencia con la realidad, o nuevas estrategias de poder y subsistencia. Nada fácil, excepto, claro, para la mafia que siempre tiene soluciones facinerosas. A partir de una voz omnisciente que lo escruta todo con una mirada distante e irónica, el narrador mezcla hábilmente el registro de los discursos del periodismo, la crónica, la política, la iglesia, la literatura épica y la clásica, mechado con coloquialismos y sabiduría popular, la alegoría, el humor y la sátira, una amalgama de géneros y tonos con la que el autor se ha ido creando un estilo inconfundible.

A ese cuadro polifónico y multifocal orquestado por el narrador cronista, en la segunda parte se contrapone una voz como de susurro o de ensueño, en un tono cada vez más íntimo; la focalización casi unitaria desde los ojos de la muerte y una prosa poética, con toques de la literatura infantil y de la fábula. Si antes la muerte era como dios, distante y omnipotente, ahora toma una estatura humana, a medida que experimenta impresiones mortales. Como quien deshoja una rosa, Saramago la va desvistiendo de su inmortal vestidura y la va humanizando. Es un intento formidable por amigarse y amigarnos con la enemiga de todos los tiempos, para acostarse con ella y amarla en total serenidad y despojo.