Una versión moderna e intencionalmente llena de anacronismos inspirada en la obra Romeo y Julieta de William Shakespeare. Es bueno recordar que el cine siempre se ha tomado libertades con el autor en general y esta obra en particular. Así como en la década del 30 actores que duplicaban en edad a los personajes de la obra eran los encargados de interpretarlos, a lo largo de los años los enamorados han vivido en distintas épocas, lugares, condiciones sociales y políticas. Algunas versiones fueron muy fieles y otras insólitamente infieles. La pareja trágica se vio marcada por las antinomias del fútbol, las pandillas callejeras, los partidos políticos o lo que fuera. Dos familias enfrentadas no se daban cuenta que su ceguera conducía a la muerte a sus hijos adolescentes. Y sí, claro, Amor sin barreras también es una versión de Romeo y Julieta. La diferencia entre las dos versiones de ese musical también marcan que los tiempos van cambiando y las películas van dando cuenta de esos cambios. Incluso en Argentina llegó a realizar una película llamada Hipólito y Evita (1973) donde radicales y peronistas revivían la historia de Romeo y Julieta.
A pesar de ser un tragedia, siempre hubo un margen para el humor en este texto, pero Rosalina es algo completamente nuevo. Porque si bien están Romeo y Julieta, la protagonista es justamente Rosalina, que fue la amada anterior del joven y la prima de su siguiente enamorada. Algo celosa, Rosalina quiere separar a la joven pareja debido a eso. Intenta explicarle a Julieta lo malo que es Romeo y que a su vez este pague por el desprecio. No es otra cosa más que una comedia romántica de manual, pero ambientada en la Verona medieval. La Rosalina de la obra de Shakespeare era clave, pero estaba fuera de escena, la película toma esa base para construir todo el guión, obviamente más ligero.
Desde un comienzo queda claro que Rosalina (Kaitlyn Dever) es nuestra heroína llena de un espíritu del siglo XXI, desafiante, graciosa y siempre contraria al mandato social de aquella época. Como la Julia Roberts de La boda de mi mejor amigo su objetivo es detener el romance, mostrando el lado negativo de Romeo a la muy joven y bella Julieta. Con la ayuda de su amigo y confidente Paris (Spencer Stevenson) ella buscará manipular a todos para lograr el objetivo mientras la tragedia avanza a paso firme en la dirección que todos conocemos. Es la historia de un aprendizaje, de un personaje que debe madurar.
Otra novedad es que a Rosalina se le cruza Dario (Sean Teale), ahora sí un personaje completamente inventado con el que aparecerá la tensión y el choque romántico que podría conducir a una nueva oportunidad romántica para la joven protagonista. En el medio se subraya y se repite el rol postergado de la mujer, en lo que ya es un lugar común de las producciones actuales que muchas veces no consiguen integrar de forma orgánica a la trama, quedando solo como una bajada de línea. Allí la película se derrumba, pierde ritmo y deja de ser simpática.
La película está cargada de anacronismos, actualizaciones ideológicas y conceptos modernos que a veces se integran y otras veces son un problema para la fluidez de la trama. Nadie, pero nadie, logró también hacer este juego anacrónico como Corazón de caballero (A Knight´s Tale, 2001) una película que podía representar dos mundos al mismo tiempo con humor y estilo. Acá eso no se consigue y lo que finalmente sostiene a la película es su protagonista, Kaitlyn Dever. Esta gran comediante aporta la chispa necesaria para que se vuelva creíble el disparate. Si bien rompe la obra de Shakespeare, le quita un poco el peso al festejo del amor trágico. Es un poco más vital y cambia tragedia por comedia. Su concepto es desacralizar el amor de la obra, lo que puede tomarse como algo bueno y malo a la vez.