MÚSICA Y LÁGRIMAS
La vie en rose es la biografía cinematográfica de Edith Piaf, como bien se encarga de avisarlo el subtítulo que tiene el film en su distribución local (el título original es La môme, o sea: el gorrión, apodo con el que se la llamaba a Piaf). Aunque la inmensa mayoría de los espectadores desconoce la vida de esta cantante, casi todos han escuchado alguna vez el inconfundible estilo de sus canciones. La película, con mucha inteligencia, se dedica entonces a contarnos su vida y a entregarnos una muy bien escogida selección de sus grandes éxitos, en el orden exacto para conseguir la emoción más profunda. Busca, de alguna manera, reconstruir todo el universo que rodeó a su figura durante su vida y las situaciones que la llevaron a expresar en sus canciones la intensidad, la fuerza y la tristeza que se trasluce en cada letra, en cada palabra. Pero, ¿es necesario saber todo esto de Edith Piaf para que su música nos llegue de esa manera? La respuesta, obviamente, es no. Aunque ambas cosas sumadas potencian la emotividad, sin duda. En 1994, la realizadora alemana Doris Dörrie filmó Nadie me quiere, una entrañable película, cuyo leit motiv musical era la canción “Non, je ne regrette rien”, cantada por Edith Piaf. Las lágrimas de los espectadores no se hacían esperar sobre el final del film. ¡Cuántas películas se podrían volver emotivas con un poco del talento de Piaf! Pero como bien decía la escritora Flannery O’Connor: “Las intenciones de un escritor deben encontrarse en su trabajo, no en su propia vida”, así pues, la película no suma a su obra, sino que sólo nos la acerca en un film espectacular, un homenaje que, como tal, tiene su razón de ser. La vie en rose vale, entonces, como tributo a una cantante que hizo historia al dejar como legado el conjunto de una obra perdurable, que emociona y conmueve no importa cuándo ni dónde uno la descubra.
El arte de Edith Piaf
Como la gran mayoría del público, mis conocimientos sobre Edith Piaf, antes de ver la película, no iban más allá de su música. Con buen criterio, decidí no averiguar nada más y entregarme a la experiencia fílmica sin preconceptos. Hay que ser tolerante con los biopics siempre y cuando éstos no traicionen la realidad emocional o moral de su protagonista. Y eso es precisamente lo que no hace este film, ya que guarda bastante exactitud con respecto a las verdades y, también, las mentiras que la propia Edith Piaf construyó sobre sí misma.
Leer su biografía luego de ver el film no aporta mucho tampoco. Y si acaso se descubre que lo que aquí se cuenta es pura leyenda, entonces, como bien decía John Ford, que se imprima la leyenda, porque su vida fue tal como uno la percibe en su música. Mérito por demás destacable del film, pues si algo caracteriza a esta súper producción es, paradójicamente, su humildad. El director -lejos de la a veces tan sobrevalorada mirada de autor- elije hacer su trabajo bien, a sabiendas de que lo único relevante es la figura de la cantante y no la propia, así como tampoco lo es la posibilidad de ganar premios en festivales u obtener el beneplácito de los expertos. Humilde, sincera y entretenida, la película se convierte en un gigantesco film dedicado a una mujer de igual dimensión. Decidir hacer una biografía de su vida e intentar en el trayeco esquivar la emoción hubiera sido una decisión más que equivocada, inmoral; una injusta traición al personaje elegido. Así pues, La vie en rose nos lleva por un carrusel de emociones viscerales, lleno de tristezas, penas, dolores y pérdidas. Pero también de talento, fuerza indoblegable, entereza, fidelidades y grandes amores. Todo el arte de Edith Piaf en pantalla grande para devolvernos a los espectadores ese viejo placer de ir al cine a ver una película, en la que a los personajes les ocurren cosas y uno puede seguir la sin historia sin inconvenientes. Pues todo parece indicar que el público en general sigue yendo al cine por ese motivo, no por ningún otro. El realizador del film lo sabe y, en consecuencia, construye una película acorde a ello, sólida, bien narrada, sin aires pretensiosos que desvíen la atención del único centro de la historia: Edith Piaf.
La actriz
Marion Cotillard es la actriz que se carga sobre los hombros la compleja tarea de interpretar a la cantante. Esto que parece una obviedad, pues estamos hablando de una película de ficción y no de un documental, sin embargo, es casi imposible de pensar mientras se mira el film. Por momentos, y frente a la potencia de las escenas, uno duda de que ello ocurra. La actriz se fusiona con el personaje y la actuación pasa desapercibida. Lo asombroso de tan gigantesco trabajo es que ya la hemos visto en otros roles. Marion Cotillard es la joven que interpreta en El gran Pez, de Tim Burton, a la nuera de Albert Finney. Basta recordarla en ese papel para darse cuenta que ella también entendió la idea de este film y se entregó con humildad a un rol en el que su cara debía desaparecer por completo, así como sus modos y sus gestos. Tal sacrificio en pos de la película es semejante al que realiza el director en su tarea. Ambos se corren de lugar para hacerle espacio a una figura que merecía abarcarlo todo. Semejante experiencia cinematográfica en función de elevar la figura de la cantante ha producido un fenómeno mundial, una “piafmanía” que muchos han visto con muy malos ojos. Aunque si uno piensa en la cantidad de fenómenos de consumo cultural que presenciamos a diario, no puede celebrar mejor noticia que una moda en base a un arte verdadero y profundo, como el de Edith Piaf.
La emoción
Es posible que de todos los films biográficos de la última década, éste sea el más logrado, tanto por las características mencionadas como por el despliegue visual que realiza. Tal como sucede en las canciones de Edith Piaf, en el film pasan cosas todo el tiempo. Es que la vida está llena de sucesos. Que el cine lo recuerde y se lo entregue a los espectadores parece que hoy se ha vuelto una tarea improbable. La sensación de haber visto una película que no nos permitió quedar indiferentes, que no resultó incomprensible, hermética ni soporífica es en un mérito en sí mismo. Claro que esa no es la única forma de hacer cine, sin embargo, es la que históricamente ha llegado a la mayor cantidad de público. El éxito de La vie en rose no habla mal de ella, sino al contrario, habla bien de la necesidad de un arte real, bello y comprometido con la humanidad que habita en cada uno de nosotros