LA HISTORIA Y EL RELATO
La Historia de la humanidad es la fuente de inspiración más grande para los cineastas. La Historia es, de hecho, la humanidad misma. Un punto de partida inmejorable para atraer la atención de los espectadores. En general, lo ocurrido en la antigüedad goza de cierta impunidad a la hora de ser narrado: una documentación insuficiente, la falta de sobrevivientes que puedan dar fiel testimonio y, en muchos casos, la desaparición de algunas susceptibilidades heridas, todo lo cual conlleva a un mayor uso de las libertades creativas. Lógicamente, esto permite un margen de error más grande, al tiempo que para los interesados por la Historia suele restarles interés. Los hechos históricos de la última década siguen siendo demasiado inmediatos y por ende discutibles en sus consecuencias, y sus participantes en algunos casos aun son parte activa del poder. De todos los acontecimientos históricos de trascendencia mundial del pasado reciente, la Segunda Guerra es el que aun hoy continúa siendo tema de inspiración para los cineastas de los países que intervinieron directamente en el conflicto. A una distancia que parece ser la adecuada para no estar ni demasiado lejos ni demasiado cerca, dicho conflicto y, en particular, todo lo relacionado con el nazismo han acaparado la producción industrial europea de esta última década y aparentan con abarcar también a la de los Estados Unidos. El libro negro entra dentro de este fenómeno al que podemos sumarle títulos como La caída, El pianista y Sophie Scholl. Acá los hechos narrados se centran en la figura de una cantante holandesa judía y en cómo, luego de ver morir a toda su familia, logra sobrevivir para formar parte de la resistencia holandesa e infiltrarse en las oficinas de la Gestapo. La diferencia entre este film y otros tantos a los que podemos sumar los vinculados con el tema de la Guerra Fría, como La vida de los otros está dada por su director y las marcas autorales que éste ha sabido dejar en el relato al dotarlo de una originalidad y una identidad distintas.
La vengadora del pasado
Mientras que desde hace décadas venimos escuchando una y otra vez decir que Hollywood se ha quedado sin ideas y que, por tal motivo, se recurre siempre a los mismos éxitos, nadie parece ocuparse del hecho de que Europa recurre sistemáticamente a los mismos tópicos, entre ellos el más exitoso tiene que ver con el mencionado revisionismo histórico. Si se mira con atención, Hollywood siempre ha utilizado fórmulas, ya que su fuerte está en los géneros cinematográficos; Europa, en cambio, luego de la Segunda Guerra Mundial ha apuntado a explorar con mayor realismo las historias. Si hubiera que simplificar las ideas se podría decir que Hollywood es el espacio para la fantasía y Europa es el ámbito para la realidad. Claro que nadie que sepa algo de cine puede pensar que esta reducción cubre la complejidad de todo el espectro cinematográfico. Pero sirve para entender que ni Europa puede, a priori, vender fantasías, ni de Hollywood se puede esperar realismo. ¿Qué pasa entonces cuando uno de esos films europeos está dirigido por un realizador europeo que tuvo éxito en Hollywood y que demuestra un profundo interés por los géneros cinematográficos y la fantasía? Más complejo resulta aún si ese director intenta basarse en eventos históricos y lo hace dentro de una producción de estilo clásico, enrolándose así en esta nueva moda de los films sobre el período nazi. Paul Verhoeven es este director. Primeramente reconocido en su país natal, Holanda, por films como Delicias turcas, El soldado de Orange y El cuarto hombre. Verhoeven realizó después la co-producción Conquista sangrienta y se lanzó luego a una exitosa, compleja y muy polémica carrera en Hollywood. Allí realizó films tan memorables como Robocop, El vengador del futuro y Bajos instintos. Luego generó una catastrófica avalancha de insultos por su ambiguo film Showgirls, y multiplicó la ambigüedad, pero no el fracaso, con Invasión. Más tarde el insulso film El hombre sin sombra lo dejó fuera del circuito y recién ahora regresó a su país natal para realizar esta película que, curiosamente, es coherente con las dos partes de su filmografía ya mencionadas.
Extraña en el infierno
Paul Verhoeven no es un cineasta de imágenes sutiles. Lo suyo es la violencia explícita, la sexualidad abierta y el trazo grueso. Esta combinación hizo que en Hollywood se transformara en un cineasta que acaparaba comentarios más vinculados a escándalos que al cine. Sus guiones también suelen estar cargados de situaciones inverosímiles, vueltas de tuerca que se multiplican y códigos no tradicionales de organización dramática. Pero eso no es necesariamente un defecto si se tiene en cuenta que no es accidental, sino el resultado de una búsqueda, de una convicción cinematográfica. Escandalizar es una forma de entretenimiento al tiempo que un buen ejercicio de marketing y, lo más importante de todo, una exploración de aquello que molesta en la sociedad. Claro que los resultados no siempre son buenos, incluso a veces resultan mediocres, pero Verhoeven ha encontrado mayor fuerza en sus detractores y en lo que su indignación delata, que en los defensores de su discurso. Aquí es donde El libro negro se conecta con el resto de su cine y lo que con seguridad producirá admiradores y detractores por igual. Mientras que las películas alemanas La vida de los otros y Sophie Scholl le valieron a dicho país una nominación a Mejor película extranjera, en el segundo caso, y la preciada estatuilla, en el primero; El libro negro no tuvo tan allanado el camino y quedó a mitad de la ruta hacia el prestigio de los premios. El motivo es muy sencillo y se relaciona con la clase de violencia efectista que usa el director, con su franqueza brutal a la hora de mostrar el lado oscuro de la sexualidad y con su pasión por el entretenimiento lleno de vueltas absurdas dentro de la trama. Se podría decir que Verhoeven es malo para la ideología y bueno para el cine. Pero tampoco sería del todo correcto, ya que lo que mejor lo caracteriza es la ambigüedad ideológica. Verhoeven es cualquier cosa menos un cineasta complaciente. Su ironía y los dobles sentidos han hecho que mucha gente rechace sus films sin saber a ciencia cierta el porqué. Las claras connotaciones ideológicas por las cuales asocia al ejército norteamericano con el nazi en Invasión lo demuestran (jamás lo hace directamente, pero basta prestar atención para descubrirlo). Verhoeven no es sólo políticamente incorrecto (aunque lo es), sino también un artista que se preocupa por las contradicciones, los grises, las ambigüedades de los sistemas y las personas. Y ahí radica la mayor fuerza de El libro negro y lo que la convierte en una película distinta. ¿Quiénes son los buenos y quiénes son los malos en el film? Al ser una película sobre la ocupación nazi y la resistencia holandesa esa pregunta no debería ser necesario de hacer, pero lo es en el caso de Verhoeven, y respuesta, sobre todo hacia la segunda mitad del film, cada vez más perturbadora. La historia juega con las emociones del espectador y por momentos casi se burla de su necesidad de certezas. Pero no es posible encontrarlas. Hasta el plano final el director continúa creando ambigüedades y se despide del espectador con un discurso lejano de cualquier esbozo de tranquilidad. Verhoeven es un cineasta que no cree en la pareja, ni en el matrimonio, ni en las instituciones, ni en el gobierno. Así como tampoco en las ideologías ni en las banderas. Por eso el espectador que busque en El libro negro una película que le pueda indicar con claridad cómo se debe pensar, se sentirá frustrado y desprotegido. Por el contrario, quien quiera encontrar un entretenimiento fuerte con un discurso provocador, hallará aquí material para salir del cine pensando.