Mansión siniestra (House on Haunted Hill, 1959) es una de las películas más emblemáticas del productor y director William Castle, una figura tan apasionante para los amantes del cine que no alcanza una sola nota para describir su mundo y su carrera. Castle era un director de Hollywood sin mayor destino de gloria cuando a fines de la década del cincuenta abrió la puerta del cine de terror clase B y le puso su propia impronta. Se lo conoció como el rey del gimmick, el que usó trucos publicitarios que aplicó tanto en sus películas como en la promoción de estas. Desde contratar un seguro para los espectadores que eventualmente murieran del susto durante la proyección a poner ambulancias en la puerta de los cines para atender a posibles desmayados. Sus trucos han hecho historia y muchos los han imitado, incluso han existido ejemplos antes de él, pero nadie lo igualó en la cantidad y excentricidad del propio Castle. Joe Dante en 1993 le dedicó una película, Matinée (Matinee) protagonizada por John Goodman interpretando a William Castle sin usar su nombre.
Mansión siniestra tuvo su propio gimmick al que William Castle llamó el efecto Emergo que consistía en una escena en la cual esqueleto aparecía y en la sala, y desde el costado de la pantalla también un esqueleto salía y atravesaba la sala colgado de unos cables. Las primeras funciones causaron furor, pero luego el truco fue descartado porque los espectadores juveniles, que ya sabían lo que ocurriría, le arrojaban cosas al pobre esqueleto para derribarlo. El caso reinaba y la función se complicaba. Los gimmicks tenían algo en común: superaban a cualquier experiencia que el espectador pudiera tener mirando una película en su casa.
La historia de Mansión embrujada le sonará familiar a muchos espectadores. No sólo porque tuvo una remake en 1999, sino porque otras películas han tenido tramas parecidas. También porque evoca de alguna forma a Eran diez indiecitos, la novela de Agatha Christie adaptada muchas veces al cine. Pero vista actualmente también se parece a cosas más modernas como a los reality shows como Gran hermano o el fenómeno de las películas de salas de escape. El encierro y el peligro combinados en un espacio compartido con desconocidos.
El protagonista es Frederick Loren (Vincent Price), un millonario excéntrico (¿Los hay de otra clase en el cine?) que organiza una fiesta macabra en una mansión que alquiló por pedido de su esposa Annabelle (Carol Ohmart). Allí invita a cinco desconocidos a los que eligió por sus apremios económicos y le promete diez mil dólares a cada uno si permanecen dentro de la mansión durante toda la noche. Son dos mujeres y tres hombres, incluido uno de los herederos de la casa, cuyo hermano ha sido asesinado allí tiempo atrás. Porque el truco principal es que se supone que las siete personas asesinadas allí aún habitan como fantasmas.
A la medianoche la casa será cerrada por fuera y no habrá comunicación alguna con el exterior, tampoco electricidad. Así empieza la fiesta de terror servida por William Castle, en asociación, por primera vez, con Vincent Price en su veloz ascenso dentro del cine terror del cuál pocas veces saldría a partir de la década del cincuenta. La película tiene el espíritu de las películas de su director y también de su guionista favorito, Robb White. Se trata de un largometraje no muy largo, hecho con presupuesto bastante limitado y con un desprecio olímpico por la verosimilitud y la lógica. Nadie se interesó jamás por el realismo o la rigurosidad al ver los films de William Castle. Un dato simple: al comienzo se nos anuncia que la casa tiene cien años de historias siniestras. Pero si bien en su interior parece una mansión victoriana, la casa del exterior es nada menos que la Ennis House, diseñada por Frank Lloyd Wright en 1924. Es decir que estaba bastante lejos de tener cien años y su modernidad es tan evidente que siguió siendo usada en películas y series hasta la actualidad.
¿Se puede pensar Mansión siniestra sin Vincent Price? Por supuesto que no, no al nivel que él le otorga a todo. Su capacidad de anfitrión del terror, su condición natural para lo siniestro y su enorme sentido del humor lo ubican como uno de los actores más talentosos y refinados de todos los tiempos. Ver el rostro de Vincent Price es sentirse feliz al instante. Su carrera quedó atada al género de terror y ninguno de los fans hizo nada para rescatarlo. Condenado, como sus personajes, a vivir allí por siempre. Pero lo que nos divirtió durante al menos tres décadas con sus roles no tiene comparación con nada, siempre fue un lujo.
El público de aquellos años se dividía entre los que se asustaban con la película y aquellos que se ponían eufóricos con lo que veían. Eran verdaderas fiestas y no cuesta nada entender por qué. Pero si las pensamos desde el presente hay que reconocer que Castle se movía perfectamente entre el show delirante y el verdadero terror. Uno puede reírse y asustarse al mismo tiempo, incluso. Hay en Mansión siniestra por lo menos dos escenas que hacen saltar del asiento. Hoy casi todos veremos este cine en nuestras casas, seguros y sin temor a nada, pero quien decida apagar las luces y vivirla como en el cine, tendrá sus momentos de miedo e inquietud. William Castle sabía perfectamente que detrás de nuestras risas seguía habitando un horror profundo y ese era su gran truco para ser querido por todos los amantes del terror.