Pasaporte a Pimlico (Passport to Pimlico, 1949) es un pequeño gran clásico dentro del cine británico de posguerra. Aunque su anécdota hoy parece pequeña, en su momento esta comedia logró tocar una fibra muy íntima del pueblo británico y también del resto del mundo. La historia que cuenta es bastante sencilla. En la Londres posterior al final de la Segunda Guerra Mundial, una bomba sin explotar aún está alojada en Miramont Gardens, Pimlico. Cuanto esta explote por accidente, dejará expuesto un tesoro perdido que, entre otras cosas, incluye una carta del rey Edward IV, que deja esa zona a nombre de Charles VII, el último Duque de Burgundy. Los habitantes del barrio se sirven de este documento para buscar al último descendiente de Charles y declarar Pimlico independiente de Gran Bretaña.
El beneficio principal de esta independencia es poner fin al racionamiento decretado durante la guerra y otras restricciones burocráticas. Lo que sigue es una comedia absurda, con mucho de costumbrismo y una locura desatada al estilo de lo que Luis García Berlanga estaba por comenzar a hacer en España un par de años más tarde. El elenco de rostros conocidos incluye a Stanley Holloway, Hermione Baddeley, Margaret Rutherford, Raymond Huntley, John Slater, Betty Warren, Barbara Murray y, como show extra, Basil Radford y Naunton Wayne, pareja de comediantes especialista en personajes de ingleses contrariados, cuyo esplendor lo lograron en La dama desaparece (1938) de Alfred Hitchcock. Estos últimos representan a los funcionarios del gobierno que deben lidiar con el insólito conflicto.
Pasaporte a Pimlico es una perfecta representación de las comedias de Ealing Studios, estudio británico que se especializó en sátiras sobre la sociedad del período posterior a la guerra. Algunos títulos del esplendor del género incluyen: Dicha para todos (Whisky Galore! 1949), Los ocho sentenciados (Kind Hearts and Coronets, 1949), Oro en barras (The Lavender Hill Mob, 1951), El hombre del traje blanco (The Man in the White Suit, 1951) y El quinteto de la Muerte (The Ladykillers, 1955). En el caso de esta película se puede decir que es el más puro humor británico, capaz de reírse de bombas, tarjetas de racionamiento y, por supuesto, el horrible clima londinense.
La película tuvo problemas de rodaje. Su director, Henry Cornelius no tendría muchas chances de evolucionar en su breve carrera, debido a su muerte prematura pocos años después de rodar este, su primer film. Más importante es el guionista, T.E.B. Clarke, nominado al Oscar por este trabajo y ganador del premio de la Academia dos años después por Oro en barras. A pesar de las dudas la película se estrenó y fue un inmediato éxito, convirtiéndose en un título obligatorio de aquel período. A su manera, mostró la nostalgia por una sociedad unida durante la guerra y también los cambios sociales que se avecinaban. Si bien se impone en su optimismo, el retrato de época es impecable.