CRÓNICAS APASIONADAS
La relación entre la literatura argentina y el cine es extensa e interesante. Y si bien Horacio Quiroga era oriundo del Uruguay, puede ser considerado igualmente como parte integrante de nuestro corpus literario, así como lo son Cortázar, Puig, Bioy Casares o Beatriz Guido, quienes a su vez también sintieron un profundo interés por el cine. Y muchos otros nombres que se atrevieron a explorar ambas artes, aún con resultados dispares. Sin embargo, en lo que respecta a una escritura sobre el cine, sólo dos escritores deben ser tenidos en cuenta: Quiroga y Jorge Luis Borges. Ambos escribieron en distintas épocas, para distintos medios y con diferentes estilos. Borges lo hacía para un mundo intelectual, y su estilo ingenioso le impedía muchas veces lograr interpretaciones acertadas y profundas acerca de las películas sobre las que escribía. Sus textos eran fantásticos, pero no así sus opiniones. Su influencia sobre la crítica posterior fue más negativa que positiva, su opinión de El ciudadano de la que luego se desdijo fue un pésimo ejemplo que lamentablemente muchos críticos luego copiaron. Por suerte sus reflexiones sobre el western, por el contrario, estuvieron más cercanas a sus textos literarios. Quiroga, en cambio, era un crítico/espectador mucho más agradecido, generoso y humilde, y hasta se podría decir que más sincero consigo mismo y sus lectores. Era apasionado incluso en un sentido sexual y lleno de pensamientos simples pero transcendentes. El tiempo le ha jugado a su favor, sin duda. Esta cuidada y bella edición de Losada es, entonces, una excelente oportunidad para repasar esas maravillosas crónicas que el escritor supo dar sobre algunas obras del vasto universo cinematográfico.
Ochenta años no es nada
Sin duda uno de los elementos más notables del libro de Horacio Quiroga lo constituye la vigencia de las ideas (e incluso de las quejas) de alguien que escribió en la década del 20. A pesar de la brevedad de los textos, la profundidad de sus reflexiones y la agudez de su mirada, gran parte de sus comentarios se aplican sin problemas a la realidad del cine actual. Un aspecto muy significativo de los mismos es la gran capacidad reflexiva casi de orden filosófico que detrás de ellos se vislumbra acerca de la posibilidad innata del registro cinematográfico para inmortalizar a los mortales, o para prolongar ciertas sensaciones y estados efímeros de nuestra esencia mortal. Con una fuerte herencia de sus autores favoritos muestra el aspecto más lúgubre de su propia producción literaria. Una verdadera prueba de su honestidad es la forma respetuosa en que Quiroga trató una adaptación cinematográfica de un libro Rudyard Kipling, uno de sus escritores más admiradores y uno de los que más influyó en su obra, aun cuando ésta no le había gustado.
El primero de los románticos ardientes
Sus enamoramientos, variopintos y amplios, incluyeron a varias estrellas femeninas de aquellos tiempos. De todas ellas, Billie Burke fue a quien más párrafos y tinta le dedicó. Burke continuó su carrera en el cine sonoro, aunque mayormente en roles de reparto que incluyeron El mago de Oz, El padre de la novia y, la que fue su última película, El sargento negro, de John Ford, en 1960. La casualidad quiso también que otra de sus admiradas, Dorothy Phillips, concluyera también su carrera con John Ford, en El hombre que mató a Liberty Balance. Sus declaraciones de amor las hay en cantidades considerables no significan de ningún modo que tomara a las actrices como objetos fetiches, sino por el contrario, sus análisis al respecto partían de tomarse con gran seriedad sus trabajos. De hecho, no es aventurero afirmar que hoy en la Argentina son pocos los críticos capaces de analizar la interpretación de una actriz (o de un actor) con la seriedad con la que podía hacerlo Quiroga. Su reivindicación de William S. Hart, el legendario héroe del western mudo, podría haberse trasladado años más tarde a actores como John Wayne, Clint Eastwood o Bruce Willis. No caben dudas de que Quiroga fue un adelantado a su tiempo. Un ejemplo de ello es el texto dedicado a Marion Davies, en donde afirma lo mismo que cuarenta años más tarde diría Peter Bogdanovich, el único crítico moderno que se ocupó realmente de analizar la labor de dicha actriz. Quiroga se preocupaba por los actores que eran sacados de los roles que mejor interpretaban para ser transferidos a otros géneros, un problema que aun sigue vigente. En otros terrenos, el autor también le dedica su prosa a pensar la relación entre el cine y la literatura y/ o el teatro, y a la evolución del cine sonoro, que por aquellos años no terminaba de convencerlo.
Cumbres de pasión
Cine y literatura es una obra imprescindible, recomendable sin reparos, un libro ameno y por momentos curioso. Escrito con una pasión poco corriente y con una lucidez que demuestra que más allá de la época y el lugar desde donde se escriba, lo importante es la lucidez y la honestidad que puedan emanar de las miradas críticas. Finalmente, es importante volver a destacar la humildad y la originalidad de Quiroga para escribir sobre el séptimo arte, ya que cada una de sus opiniones respondía a un punto de vista personal, espontáneo y sin especulaciones interesadas. Su extraordinario talento literario le aportó a todo lo dicho una prosa divertida, clara, sin vueltas; la muestra de que la condición de intelectual no está reñida con la posibilidad de expresar de forma simple ideas complejas. Es que la condición de intelectual no significa que en el camino se olviden la pasión, la sinceridad y la convicción por todo lo que se piensa y dice. Cine y literatura es un libro que destila un gran romanticismo, en todos los sentidos del término.
Cine y literatura
Horacio Quiroga
Editorial Losada
Buenos Aires, 2007