EL OLVIDADO ARTE DE CREER EN ALGO
Director de una espaciada pero breve filmografía, compuesta por tan sólo siete films en 27 años, Robert Redford se ha preocupado siempre por hacer películas con un contenido ideológico y humano importante. Su estilo, muchas veces asociado a su ópera prima Gente como uno (Ordinary People, 1981), es considerado entre clásico y naturalista por sus defensores, y mediocre y teatral por sus detractores. Pero si hacemos un repaso de su cine podemos observar que el resto de sus películas (El secreto de milagro, Nada es para siempre, Quiz Show, El señor de los caballos, Leyendas de vida) poseen algunas variables, pero que sin embargo están unidas por un humanismo y una conciencia que van más allá de su estilo. Redford ha sido, además, el fundador del famoso Festival Sundance, que cambió la historia del cine independiente para siempre. En Leones por corderos, su estilo sobrio y sus escenas dialogadas son presa fácil de la crítica, que no duda en calificar de chata una historia contada de esta manera. Pero lejos de amedrentarse, Redford hace una apuesta totalmente convencido de su objetivo. Leones por corderos se divide en tres historias que corren en paralelo en la narración aunque hay algunos crucen, éstos son flashbacks o pequeñas referencias y conforman la estructura total del film. Cada historia tiene un dúo protagónico. En una de ellas, un senador republicano (Tom Cruise, en otro trabajo brillante) y una periodista experimentada (Meryl Streep) se reúnen en el despacho del primero para que éste la anuncie en exclusiva una nueva ofensiva armada en Afganistán. En otra línea del film, un profesor universitario (Robert Redford) cita en su despacho a un alumno brillante (Andrew Garfield) que se ha vuelto apático y ha perdido el interés en los estudios. Y por último, la tercera historia es acerca de dos soldados de la mencionada incursión en Afganistán que caen del helicóptero en donde se suponía que debían descender todos para iniciar el ataque. Uno de ellos (Michael Peña) cae herido y el otro (Derek Luke), su amigo, salta para rescatarlo. Ambos quedan rodeados de talibanes a la espera del rescate, en plena noche y bajo una nevada. Estos dos soldados habían sido alumnos del profesor universitario antes de decidirse a enlistarse. Esta estructura simple y clara, enriquecida por los flashbacks de los dos soldados cuando estudiaban, es la mayor herramienta que tiene el film, cuyos objetivos no están disimulados ni ocultos detrás de ningún artificio narrativo ni búsqueda efectista. Robert Redford tiene un plan muy simple: inspirar, a través de su papel de docente, a que los jóvenes dejen de vivir en la apatía y se comprometan, no sólo desde el compromiso político, sino también con la vida en general. Al tiempo que esboza una mirada más amarga sobre los mayores y sobre su propia generación al dar cuenta de cómo el paso del tiempo afecta el corazón de las personas. No olvidemos que el propio Festival Sundance, adalid del cine independiente, ha sido criticado por convertirse en una cantera de gente para meter en la industria. Posiblemente con esta sutil autocrítica, Redford hace una película que recupera el sentido de la palabra honesta o bien intencionada. Y que poco a poco se revela como un espejo, mientras nos indaga a cada uno de nosotros, los espectadores, acerca de qué haremos para marcar la diferencia en esta vida. Sí, Leones por corderos habla de la política norteamericana. Ahora bien, si en nuestro país vamos a tratar al film con indiferencia por considerar que sólo se refiere a eso, entonces estaremos tratando de esquivar con la mirada ese espejo que, en definitiva, le corresponde a todos los espectadores del mundo. No por nada abundan los primeros planos en el film, pues el rostro humano es la síntesis de un dilema moral universal. Y la simpleza de la narración es proporcional a la complejidad del dilema que plantea. Cuanto más sencilla la forma de hacer la pregunta, más impactante resulta. Y más directa. A su manera y con humildad, Leones por corderos intenta con indiscutible oficio recuperar una de las viejas costumbres del cine: despertar conciencias y proponer el fin de la apatía. Algo más que necesario en el mundo contemporáneo.