ÁFRICA MÍA
Las historias de amores truncos y de migraciones forzadas tienen siempre un elemento común en donde quiera que ellas ocurran y bajo cualquier influencia de costumbres étnicas y religiosas a las que sus protagonistas pertenezcan, la huella que el dolor le imprime a quien las atraviesa. Ese registro universal de un sentimiento que no reconoce fronteras es aquello que determina que cualquier lector pueda acercarse al relato de una novela anclada en territorio keniata, que cuenta la historia de un africano de origen asiático que atraviesa su infancia y juventud en un país que se debate con violencia entre el colonialismo y la independencia, entre la represión y la libertad, y sentir un extraño aire familiar, a pesar de que las diferencias culturales parezcan a priori una distancia insalvable. Es que la literatura tiene ese gran efecto globalizador de suprimir las diferencias a través de, paradójicamente, la demarcación de las mismas.
Desde su exilio en Canadá, el personaje de Vikram Lall describe la trayectoria de su vida en formato de memorias, como si ese mismo ejercicio de escritura le permitiera no sólo comprender las causas y las consecuencias de cada uno de sus actos, sino también la expiación de aquellos cuyas consecuencias no estuvieron a la altura de sus causas, y viceversa. Como en un gran flashback, Vikram recorre los años de su infancia en la Kenia que se hallaba bajo el ala del dominio británico y nos introduce en un universo lleno de nostalgia por una época en la que, durante el día, dos niños hijos de padres hindúes, jugaban en la vereda con dos vecinos ingleses y un niño africano, nieto de un jardinero sospechado de pertenecer al grupo de nacionalistas insurrectos, mientras por la noche se libraba una batalla sin tregua entre las autoridades policiales que respondían a la Corona y el ejército de los Mau Mau, que bregaba a través del uso de la fuerza por la recuperación de las tierras perdidas y de una mayor representatividad en las esferas gubernamentales. Esos tiempos de los años 50, extrañamente contenedores aún en su más silenciosa violencia, se convierten en una especie de tierra prometida y añorada a la que el personaje desea regresar cuando descubre que las consecuencias de sus decisiones han terminado por confinarlo a las arenas de un territorio por demás incierto en el cual no logra reconocerse.
La novela traza las directrices de las dos historias, la del país y la de Vikram, y acierta en el delineado del paralelismo que las une. Por un lado, los keniatas y su deseo de independencia y el recorrido no necesariamente acertado que hacen para obtenerla, desacierto cuyas consecuencias debieron pagar después; por el otro, Vikram y su necesidad de despegar de ciertas convenciones sociales fuertemente arraigadas en el seno de su grupo familiar, despegue que le signa un destino poco feliz. En esa mirada retrospectiva que hace el personaje y por propiedad transitiva, el autor tanto respecto de sí, como de su país, se puede leer un sincero espíritu autocrítico, como si el filtro que el tiempo le imprime a los acontecimientos terminara por develar que la urgencia en las rebeliones no siempre logra dar como resultado la plena satisfacción de las mismas. Y en esta dialéctica del pensamiento es donde reside el gran logro de su autor, el keniata M. G. Vassanji, pues nos conduce a los lectores por los lineamientos de esas conclusiones de la mano de una prosa generosa, ágil y reflexiva, sin el tono adusto de quien se considera dueño de grandes certezas, sino con la sinceridad afable de quien se reconoce un humilde aprendiz de su oficio, aun cuando los premios y el reconocimiento internacional ya han hecho lo suyo.
EL MUNDO INCIERTO DE VIKRAM LALL
M.G. Vassanji
Editorial Salamandra
España, 2006