BAJA TRAICIÓN
A la memoria de mi amado hijo, asesinado por la espalda por un cobarde y traidor cuyo nombre no merece figurar aquí (inscripción en la lápida de la tumba de Jesse James).
No debe haber territorio más fértil que el western para contar grandes historias. De todos los géneros cinematográficos es, sin duda, el que ha demostrado poseer mejores condiciones para retratar los temas fundamentales de la humanidad. Amor, odio, ambición, venganza, poder, civilización, barbarie, cultura, historia, leyenda, mitología, religión, fe, muerte, deseo. Pasiones de toda índole y metáforas inagotables, el western es el espacio cinematográfico ideal, el único género que permite albergar a todos los demás. Aunque un terreno tan fértil ha requerido, desde siempre, artistas hábiles e inteligentes. El western es generoso con quien lo sabe aprovechar, no sólo en relación a los cineastas, sino también a los espectadores. Se necesita la misma sensibilidad e inteligencia tanto para disfrutar un western como para realizarlo. Sin embargo, el espectador está mucho más cerca de alcanzar su meta que los realizadores. Cada western es, en la gran mayoría de los casos, una experiencia relevante porque está en la esencia misma del género su multiplicidad de lecturas. Pero no por ello todos los westerns son iguales. Cómo género perfecto, su recorrido a lo largo de la historia del cine ha sido más claro que el de cualquier otros. El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford pertenecería, a priori, a lo que se llama revisionismo del western. Denominación que incluye a las películas que al final de cine clásico revisaron el género, planteando temas e interrogantes que supuestamente nunca habían sido tratados con anterioridad. Los mejores cineastas revisionistas sabían, a diferencia de los peores, que el revisionismo no era necesario como por ahí algunos sostenían, y que los temas tampoco eran algo tan novedoso. Los iconoclastas Samuel Fuller quien en 1949 dirigió Yo maté a Jesse James, con John Ireland en el papel de Robert Ford y Robert Aldrich, no creían haber descubierto verdades reveladas, por el contrario, se aferraban con fuerza al género. El maestro revisionista Sam Peckimpah dedicó su larga filmografía de westerns crepusculares a honrar al género que amaba y, aunque no era nada clásico, su cine nunca puso en duda al género. Muy diferente es el caso de los productos mediocres de cineastas como Arthur Penn o Robert Altman, cuyas farsas cómicas hoy resultan pesados mamotretos sin gracia ni profundidad. En otra línea iba el metafísico Monte Hellman, muy bien homenajeado recientemente en el film Perseguidos por el pasado. Ahora bien, para quien conoce el género la pregunta es obvia: ¿Acaso no había bastante revisionismo en John Ford? ¿Acaso no fue el máximo maestro de género capaz de mostrar todas las caras del Oeste? Sergio Leone, desde Italia, hizo un verdadero spaghetti con el western y lo honró y deformó con tanto desparpajo como respeto, pero siempre manteniendo los temas esenciales y descubriendo, junto con otro maestro, Don Siegel, al último gran clásico revisionista: Clint Eastwood. El director de El fugitivo Josey Wales y Los imperdonables supo retratar el espíritu del género con un clasicismo único para el cine actual y con suficiente conciencia del paso de los años para el género. Ya en 1939 le había tocado a John Carradine interpretar al asesino de Jesse James (Tyrone Power), en el film Jesse James, de Henry King, con Henry Fonda interpretando a Frank James. El mismo actor vengaría a su hermano en El regreso de Frank James, de Fritz Lang. Walter Hill también hizo su famosa Cabalgata infernal (1980) con todos los hermanos cabalgando juntos. Este rápido recorrido por algo de la historia del género es para marcar que estamos frente a un film que está inscribiéndose tardíamente en un mundo complejo y amplio, lo que es al mismo tiempo uno de los factores de mayor interés y al mismo tiempo una de sus mayores limitaciones.
Descubriendo la pólvora
El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford asume desde el título una relación fuerte con la historia. Esto coloca al film bien dentro del género a partir de su vínculo con los personajes de una urgente mitología del Siglo XIX, que el cine norteamericano logró forjar en un tiempo récord. La película no pretende reivindicar la figura de un cobarde, sino analizar a un personaje destinado a ser protagonista sólo en la historia de la infamia. Tal idea, nada novedosa, no tiene porque ser dejada de lado, aunque haya sido tratada en muchos films, pues el problema es otro. La película busca con desesperación generar una estética artística, con tiempos exageradamente pausados, con imágenes de artificial belleza, subrayando siempre la forma por encima del contenido. A veces consigue momentos bellos, pero en general el director filma unos cielos más cercanos a Gus Van Sant que a John Ford y el resultado se encuentra más próximo a Jim Jarmusch que a Howard Hawks o Anthony Mann. Su modernidad le juega en contra. Al mismo tiempo, parece sostener que sumar minutos acumula méritos, y tarda dos horas en llegar a la parte más interesante de la historia. A la estética falsa se le suman actores de un nivel de autoconciencia preocupante. Brad Pitt desperdicia gran parte de su actuación en mostrar cómo actúa y evidencia sus limitaciones; Casey Affleck es claramente la peor amenaza de actor importante que descubre Hollywood este año. Amanerado y lleno de ticks, le cuesta mucho a la película sobrevivir a su estilo autoconciente. Completa el fallido trío protagónico un actor tan poco útil al western como es Sam Rockwell. Bastan unos minutos de Sam Shepard para recordar cómo se debería actuar en un western, por más revisionista que éste sea. Pero no todas son malas noticias, porque en verdad la historia es interesante y asoman destellos sinceros de un tema que merecía mejor suerte. La película recuerda por momentos a otros títulos como La malvada, de Joseph L. Mankiewicz o El rey de la comedia, de Martin Scorsese, otros films acerca del doble que intenta arrebatar la fama y el lugar de su admirado. Aun así el ingenioso título El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford termine tal vez por lograr que la película obtenga premios y prestigio. Parece que nos encontramos con un film que, como el cobarde Robert Ford, busca desesperadamente asesinar a un género que dice venerar con el fin de obtener fama. En los tiempos que corren, lamentablemente, parece que, a diferencia de Robert Ford, la película logrará con creces su objetivo.