EL AMOR NO ES MÁS FUERTE
En la afamada película Love Story (Historia de amor, 1970), Olivier (Ryan ONeal) le decía a su novia Jennifer (Ali MacGraw) una frase que pasó a la historia como un cliché para resolver las desavenencias entre enamorados. Amar es nunca tener que pedir perdón era la respuesta que el joven encontraba para redimir a la relación de los males a los que la sometía la convivencia. Este recurso tan ingenuo y simplificador, que la película utilizaba para resolver los conflictos amorosos de sus personajes, era funcional a una trama que no pretendía específicamente ahondar en las diferencias, sino más bien, poner en tensión otra clase de circunstancias que le atañen también a los sentimientos.
Un beso más es la remake norteamericana de un film italiano, El último beso (2001), del reconocido director Gabriele Muccino, que fue estrenado con notorio éxito tanto en nuestro país como en Italia. En aquel film, la historia se centraba en una joven pareja y su grupo de amigos, quienes debían hacer frente a las diatribas a las que la vida somete a quienes atraviesan esa difusa frontera en donde se juntan y se separan la juventud y la adultez. La precisa combinación de sus elementos daba como resultado una película que se atrevía a indagar con eficacia en el universo de los vínculos afectivos que hombres y mujeres establecen no sin un importante viso de incertidumbre a la hora de planificar una vida en común. Y si bien se hacía foco en situaciones algo dramáticas, el recorrido estaba claramente punteado por un fino toque de humor, que no sólo poseía la marca de ese tono por demás exaltado tan propio de los italianos, sino que a su vez era deudor de los más elementales principios que rigen el género de la comedia. El plano final es el mejor ejemplo de esa exploración por entre los difusos terrenos de las relaciones de pareja, ya que esa imagen hace explícita la posibilidad de doble lectura que recorre a todo el film sin necesidad de subrayarla expresamente. Así entonces, en esa ambigua producción de sentido reside la mayor virtud de El último beso, pues con ese guiño final, el director le impide al espectador salir del cine sin experimentar una extraña sensación de inquietud respecto de los temas que la película trata bajo una aparente liviandad durante sus casi dos horas de duración.
Sin embargo, lo dicho hasta ahora respecto del film italiano resulta imposible de aplicar a su versión norteamericana. Puestas a comparar una y otra, podemos, ya desde el comienzo, avizorar en un detalle técnico que, si bien estamos frente a la misma historia, los abordajes son bien distintos. Ambas elijen presentar a sus personajes principales en una escena familiar, una cena en la que la joven pareja le anuncia a sus padres la reciente noticia de su embarazo. Muccino, en El último beso, decide hacerlo a través de una toma aérea que, como un ojo inquisidor, se introduce en la casa familiar atravesando la ventana hasta ponernos de frente a los personajes. En cambio, Goldwyn, en Un beso más, opta por una introducción menos invasiva, más austera, pero a la vez menos insidiosa y con un resultado final bastante menor; ya que si bien parte de la misma toma aérea, una vez que se acerca a la casa, elije cortarla y pasar a un plano fijo desde el interior de la misma. Esta pequeña diferencia que puede parecer una simple decisión estética habla a las claras de una compleja decisión ética, en la cual el grado de intensidad y profundidad con que ambos directores plantean los temas está en directa relación con las decisiones formales que toman para traducirlos en imágenes. Estas pequeñas grandes diferencias son sostenidas a lo largo de sus películas. El último beso indaga en los problemas de sus personajes y los profundiza al sugerir que los mismos son estructurales y generales a cualquier relación. Un beso más los simplifica, como si apenas fueran la problemática banal de sólo esos dos jovencitos. La eliminación, en la remake, de la última escena es clara en ese sentido, ya que priva a la película de cualquier esbozo de ambigüedad, impidiendo que se expanda el espectro de lecturas posibles. Estamos, en definitiva, frente al típico caso de la remake que no logra estar a la altura de la película que le dio origen, quizás porque el director norteamericano no alcanza dar con el tono adecuado, quizás porque reduce toda la complejidad propia de una vida en pareja al anodino concepto de creer que amar es no tener que pedir perdón.