CAMINO HACIA EL INTERIOR
En 1996 debuta en el cine norteamericano el realizador Wes Anderson. Su ópera primera, Bottle Rocket, mostraba una particular sensibilidad y un sentido estético a contracorriente. Pero es recién en 1998 con el film Rushmore que el director pone de forma clara e inequívoca el universo de temas y de recursos visuales que se convertirán en constantes a lo largo de una de las carreras más coherentes y sólidas que el cine independiente de los últimos años ha podido dar. En dicho film, el director explora los vínculos familiares de una forma completamente novedosa. Allí, la disfuncionalidad es vencida por el amor entre distintas personas que conforman un nuevo núcleo familiar -de sangre o no- excéntrico pero auténtico. En el universo de las historias de Anderson el tono humorístico no impide nunca que asome una particular melancolía y una extrañeza frente a lo absurdo del mundo que habitamos. Aunque Rushmore es una ambiciosa y completa obra maestra, es recién con Los excéntricos Tenenbaums que el realizador logra expresar de forma definitiva todas sus obsesiones y, al mismo tiempo, despliega su personalísima manera de filmar.
En Viaje a Darjeeling todas y cada una de sus marcas de autor se hacen presentes para hacer de este nuevo film de Wes Anderson una experiencia cinematográfica de gran coherencia y absoluta originalidad en el contexto del cine contemporáneo. La película apuesta, desde su comienzo, a la intertextualidad visual y coquetea con varias referencias que se asoman a lo largo de la trama. No sólo desde el aspecto visual, ya que la banda de sonido juega el mismo juego de cargar con sentidos previos para reforzar la historia que se nos cuenta. A fin de dotar al film de un peso más allá del momento, este recurso intertextual sumerge al espectador en una experiencia de mayor densidad visual y auditiva. Algo que no es menor, ya que Anderson es un realizador con un estilo estético muy fuerte. Además del cine de la India, citado en varios momentos de la película, Anderson hace algo más curioso: toma como mayor referente para hacer su película a El río (1951), el film que dirigió Jean Renoir. Muchos elementos de este gran film se hallan presentes en Viaje a Darjeeling, desde la experiencia de los occidentales en la India así como algunas escenas e ideas de aquel clásico de Renoir. En el cine previo de Anderson, y más aun en éste en donde se suman los lugares que visita y las referencias que elige, el color juega un papel preponderante. Muy pocos realizadores actuales son capaces de tal maestría en su uso.
Minucioso hasta la obsesión, cada encuadre de Wes Anderson está plagado de elementos, conexiones sutiles entre escenas y sentidos ocultos. Basta prestar un poco de atención para develarlos. Aquí repite sus más reconocidos recursos cinematográficos: los travellings laterales (en cámara lenta, generalmente), los encuadres simétricos, la notable utilización de la profundidad de campo. Pero también vuelve sobre los temas que lo obsesionan: los vínculos familiares y las relaciones entre las personas. Wes Anderson está todo el tiempo en control de lo que nos quiere decir, hasta en las situaciones de humor más excéntrico. De la muerte del padre, ocurrida un año antes del comienzo del film, a la búsqueda de una madre alejada del mundo, Viaje a Darjeeling es un paso más adelante en la carrera del director. En sus anteriores films, casi todos ellos, los personajes extrañaban la infancia como un espacio ideal de felicidad y de grandes esperanzas. Aquí permanece la agridulce melancolía de todos los títulos anteriores, pero por primera vez los personajes parecen sentirse además en la necesidad de abandonar la infancia y entrar con convicción en el mundo adulto. Si la India representa para Occidente un lugar para explorar el propio ser y si las películas de viaje suelen tratar ese mismo tema, no es de extrañar entonces que Viaje a Darjeeling represente a todo nivel toda clase de búsqueda interior que el realizador metaforiza de cien formas distintas en el exterior. Con al habitual cariño que él siente por sus personajes, el final del film tiene esa ternura emocionante y movilizadora de todas y cada una de sus películas. En estos tiempos donde los premios y la atención van hacia los cineastas violentos, sórdidos y crueles, Wes Anderson nos acerca a otra clase de cine, el mismo que admiramos en Ford, Truffaut, Ozu o Renoir, aquel en el que la vida no era una pesadilla permanente ni un mundo ideal. Un universo en donde las personas, raras, buenas, egoístas, a veces tontas y a veces heroicas, simplemente intentaban hacer lo mejor que podían para comprender el sentido de sus vidas. Los vínculos familiares, el amor, el humor, la tristeza, la muerte, y esa cosa tan absurda que suele ser la vida, de eso está hecho Viaje a Darjeeling. Y en su aparente estilo artificial, la película se vuelve un retrato mucho más real y sincero del ser humano que los que nos muestra el cine actual.