DIBUJANDO LA REALIDAD DEL MUNDO
El cine de animación es generalmente considerado un cine para niños, aunque existen muchas obras maestras -desde Walt Disney a Hayao Miyazaki- que demuestran que el género excede tal limitación. Y si bien ninguna de estas excluye al público infantil, es cierto que los casos de un cine de animación que busca sólo al público adulto son pocos. Persépolis es un de estos escasos ejemplos. Y la pregunta que siempre surge es: ¿Vale la pena hacer un cine de animación que no incluya a los chicos? ¿Le interesará a un público sólo adulto esta clase de experiencias? En este caso el origen hay que encontrarlo en la historieta de Marjane Satrapi, una serie de cuatro libros de gran éxito en Francia, que son los que motivaron su paso al cine. Era casi impensable llevar a la pantalla estas historietas si no se hacía a través de la animación, pero el lenguaje del cine impone reglas y ritmos que cambian por completo el discurso de otro medio. La película se basa en los primeros dos libros de Satrapi, y con espíritu autobiográfico nos muestra el crecimiento de Marjane ‘Marji’ Satrapi, una niña que en 1979 es testigo de la revolución Islámica en Irán. La historia de Irán que le cuenta su familia y que observa en la calle, y los cambios políticos y sociales que ella percibe, construyen la primera parte de la película. Esta primera mitad del film, al estar concebida desde los ojos de una niña, resulta profundamente conmovedora, ya que más allá de las ideas políticas del film, la niña vive todo desde su mirada inocente, y es así cómo poco a poco comienza captar que a su alrededor ocurren cosas terribles.
La segunda parte del film, sin embargo, cuando los padres envían a Marji fuera de Irán, a Viena, resulta menos interesante y el personaje, al crecer, pierde todo su carisma inicial. A esta altura, además, ya podemos empezar a reflexionar sobre el poder manipulador del dibujo animado, y la peligrosa manera en que éste simplifica lo que se nos cuenta. Irónicamente, al estar casi todo el film narrado en blanco y negro, no podemos más que pensar que es así cómo se nos muestra el mundo, en blanco y negro, sin matices ni complejidades acordes a la realidad que la película encara. La mala suerte de las carteleras del mundo ha hecho que en Argentina Persépolis (Francia, 2007) se estrene al mismo tiempo que Off Side (Irán, 2006), de Jafar Panahi. El film de Panahi, prohibido en su propio país, como varios de sus títulos anteriores, muestra con espíritu crítico a Irán, lo mismo que hace Persépolis. Pero la diferencia entre ambos films no está dada por ese lado, sino por su relación con el espectador. Mientras que en Off Side se nos invita todo el tiempo a pensar, en Persépolis la belleza y movimiento de las imágenes, y la velocidad de la voz en off nos conducen a creer sin razonar, a entregarnos sin poner en duda. Justamente, frente a temas tan fuertes como la libertad de los seres humanos, los films deberían asumir siempre la misma responsabilidad con respecto a la libertad de los espectadores. Persépolis funciona si somos niños inocentes, como Marjane al comienzo del film, pero al estar pensada como una película para adultos, los minutos la convierten en una subestimación de nuestro criterio como individuos.