Las historias detrás de la producción de Cleopatra (1963) son tantas y el rodaje de la película fue tan complejo y caótico que hasta en eso se trata de un largometraje descomunal incluso antes de su estreno. Sin dudarlo se puede hablar de una de las diez películas más complicadas en su desarrollo de toda la historia del cine. Cleopatra carga injustamente con la fama de ser el peor fracaso de la historia del cine, cuando en realidad es una rareza mucho más compleja. Cleopatra fue un éxito de taquilla enorme, pero debido a sus costos y la duración de su rodaje puso a 20th Century Fox al borde del colapso. Los 44 millones de dólares que costó la convirtieron en el film épico más costoso para aquel momento, pero aunque hizo temblar a todos, fue el largometraje más taquillero de 1963 y terminó dando ganancias, aunque no al ritmo que se esperaba. El problema no fue la taquilla, el inconveniente es que no había tantos espectadores en el mundo para convertirla en un producto con ganancias instantáneas. Si se repasa el largo camino que atravesó para completarse y estrenarse se puede decir que más que un fracaso es un milagro su existencia. Luego de su estreno sufrió algunos cortes y hoy la versión remasterizada tiene las cuatro horas y once minutos que tuvo para su premiere. Con idas y vueltas, esa a la verdadera Cleopatra, protagonizada por Elizabeth Taylor, Rex Harrison y Richard Burton, bajo la dirección de Joseph L. Mankiewicz.
Nuevamente, contar todo lo que pasó para que finalmente se terminara la película podría llevar una eternidad. Pero para resumirlo digamos que el productor de la película fue Walter Wanger, uno de esos personajes de Hollywood legendarios, con historias sórdidas a su alrededor y con un buen número de clásicos que existieron gracias a él. Bastaría nombrar El Sheik (1921), Reina Cristina (1933), La diligencia (1939), Corresponsal extranjero (1940), Scarlett Street (1945), Juana de Arco (1948) y La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956) para ver cuán importante fue este prolífico productor que entre otras cosas estuve preso por dispararle al manager de su por entonces esposa Joan Bennett. Cleopatra, no es sorpresa, fue su último largometraje y el esfuerzo que le requirió lo llevó a retirarse. Escribió un libro, eso sí, sobre la inolvidable, para bien o para mal, experiencia de producir semejante película.
El realizador elegido inicialmente para el proyecto fue el gran Rouben Mamoulian, director de El extraño caso del Dr. Jekyll & Mr. Hyde (1931), La marca del Zorro (1940) y Sangre y arena (1941), entre otros clásicos. Su trabajo con la película empezó en 1959, pero el guión ya se venía armando desde 1958. Luego de casi dos años de trabajo, con el casting a medio arreglar y con problemas para encontrar locaciones, Mamoulian finalmente se fue del proyecto. Elizabeth Taylor ya había sido elegida como actriz principal, pero no llegó a filmar ni una sola escena con el director. Se considera que sólo diez minutos de todo lo hecho por Mamoulian sirvió. Elizabeth Taylor insistió entonces en contratar a George Stevens o Joseph L. Mankiewicz, dos directores con los que ya había trabajado antes. Fue finalmente Mankiewicz el contratado, aunque el cine épico no era su fuerte. 20th Century Fox ya estaba asociado a Wanger y la producción seguía gastando dinero sin haber entrado aún en su rodaje principal. Los antecedentes de Mankiewicz incluían Carta a tres esposas (1949), La malvada (1950), Julio César (1953) y De repente, el último verano (1959).
Un puñado de guionistas trabajó el guión en distintas etapas del proyecto. Entraban y salían y se hacían cambios permanentes. Aunque el guión final lo firmaron Joseph L. Mankiewicz, Ranald MacDougall y Sidney Buchman, pasaron por sus páginas el gran guionista Nunnally Johnson y el escritor Lawrence Durrell. Aparece en los créditos que el guión es una adaptación de The Life and Times of Cleopatra (1957) de Carlo Maria Franzero, y de historias de Plutarco, Suetonio y Apiano. El rodaje pasó de Gran Bretaña a Italia, España y Egipto, así como también Hollywood, por supuesto. En el camino quedaron actores y actrices, incluyendo el mucho más arriesgado concepto de que una actriz negra, Dorothy Dandridge, fuera Cleopatra. Hoy, irónicamente, en lugar de ser un desafío, sería lo más fácil. Las grandes divas del cine italiano Sophia Loren y Gina Lollobrigida fueron parte del casting antes de que de forma sólida e indiscutible el rol quedara para Taylor con un sueldo gigante y una participación en las ganancias.
Pero con Elizabeth Taylor en el proyecto los problemas no terminaron. En la primera etapa del rodaje en Londres la actriz se enfermó y tuvo que ser internada de urgencia. Se le diagnosticó meningitis y se le realizó una traqueotomía. Todo se suspendió por completo durante al menos un mes, pero ese costo lo pagó la aseguradora de la productora. Las dos estrellas que se sumaron al elenco fueron Rex Harrison, como Julio César y Ricard Burton como Marco Antonio. Harrison tuvo serios problemas de cartel, pero la sangre no llegó al río. En cuanto a Richard Burton y su vínculo con Elizabeth Taylor su romance trascendió al rodaje y fueron el chisme más importante del momento. Ambos estaban casados, lo que generó un escándalo mayúsculo. Sus conductas con respecto al consumo de alcohol en él y el alcohol y pastillas en ella, tampoco facilitaron el trabajo durante la extensa filmación. El presupuesto se descontroló no sólo por los accidentes y peleas, sino porque el exceso fue su marca desde el comienzo. Dos ejemplos alcanzan: el Foro Romano construido en los estudios Cinecittà, en Roma, era más grande que el verdadero Foro Romano. Y la cantidad de barcos que se construyeron para la película llevó a la 20th Century Fox a decir que tenía la tercera flota más grande del mundo.
La idea de Joseph L. Mankiewicz era hacer dos películas de tres horas para que se estrenaran en simultáneo. Una sería Julio César y Cleopatra y la otra Marco Antonio y Cleopatra. Esto llevó a toda clase de peleas y al finalizar el rodaje el director fue echado. Pero pronto descubrieron que él era el único que conocía todo lo que pasaba en el material filmado y se reunió con el jefe del Darryl F. Zanuck -quién volvió a Fox, entre otras cosas, por los problemas del estudio con Cleopatra– y llegaron a un acuerdo.
La película tiene mala fama y no tuvo el favor de la crítica en su estreno. Pero el público jamás le dio la espalda y de las varias versiones que hubo del personaje, esta es por lejos la más popular de todas. Aunque fue estrenada en 1963 se nota que tiene toda la impronta del cine épico de la década del cincuenta, la década de gloria del género. Tal vez llegó un poco tarde, pero eso le sirvió también para tener una osadía que otros largometrajes de ese estilo no tenían en la década previa. La carga sexual de la película es evidente y Elizabeth Taylor juega al límite en la exposición de su cuerpo, lo que llevó a recibir una condena del Vaticano en aquel momento. De alguna manera la película recupera algo de los excesos de los primeros films de Cecil B. De Mille antes del Código Hays. Elizabeth Taylor tiene sesenta y cinco cambios de vestuario y la lucha por el mayor escote se pelea de una punta a la otra del largometraje.
La relación con Julio César es menos erótica que la que llega en la segunda parte del largometraje con la aparición de Marco Antonio. La química entre Burton y Taylor es tan explosiva que toda la película se transforma en una lucha de poder y sexo que tiene varios momentos memorables. Aunque en la década del sesenta el cine mostraba el sexo de otra manera, hacerlo así en una película tan taquillera no era tan común. Queda muy en claro que Joseph L. Mankiewicz sabe más de relaciones entre personas que de batallas. Hay un gran desarrollo de personajes en la última parte de Cleopatra pero no hay una enorme batalla final porque no había ni plata ni ánimo para seguir más allá. Burton y Taylor se sacan chispas y sus personajes ofrecen una tragedia romántica que los aplasta. Las conspiraciones de Roma no son anticipadas ante el fuego de esa pasión y Octavio (Roddy McDowall) derrota a Marco Antonio.
Lo mejor de la película no es lo épico, aunque el vestuario y la dirección de arte son impactantes. La parte más espectacular de las cuatro horas de Cleopatra es cuando ella llega Roma. Al mejor estilo de las superproducciones desaforadas del Hollywood silente, la película allí realiza un fastuoso show para el lucimiento de Cleopatra y de Elizabeth Taylor. Es un momento que detiene la narración para convertirse en un festejo imprudente del derroche de la líder, del estudio, del mundo. Es fantástico, aunque parezca más la inauguración de un mundial de fútbol más que la llegada de la reina. Es un momento inolvidable de la historia del cine, tal vez el más famoso de toda la película.
Cleopatra obtuvo nueve nominaciones al Oscar, incluyendo mejor película y, sorprendentemente, mejor actor para Rex Harrison. La película ganó el Oscar a mejor dirección de arte, fotografía, vestuario y efectos especiales, todas categorías en las cuales el largometraje brilla. También dos veteranos del equipo, la montajista Dorothy Spencer y el músico Alex North, tuvieron sus nominaciones. Elizabeth Taylor no tuvo nominación, ni tampoco Richard Burton. Guión y dirección no lograron acceder tampoco a premio o nominación alguna, lo que demuestra que se apreció el espectáculo aunque no tuvo el prestigio que tuvieron otros films épicos. En cualquier montaje de la historia del cine, sin embargo, nunca falta Cleopatra, no sólo porque fue la película más taquillera de 1963, sino también porque es un monstruo gigante que expresa los sueños más alocados de la industria del cine, sus estrellas y su representación del poder y la pasión a lo largo de la historia de la humanidad.