EL HORROR, EL HORROR
La excusa argumental de [Rec] es sencilla y está en sintonía con la cotidianeidad mediática: una reportera y su camarógrafo se disponen a seguir a un grupo de bomberos durante una jornada laboral nocturna. El objetivo es explotar la acción y buscar las imágenes más impactantes. En resumen: llevar adelante la tarea periodística más corriente de hoy día, aquella que se conoce como “amarillismo”. Por eso cuando el escuadrón parte a cumplir su tarea, el dúo los sigue con la ilusión de encontrar un material que esté a la altura de sus expectativas. Lo que encontrarán en el edificio en emergencia será, en primera instancia, aquello que fueron a buscar: acción, histeria, sangre. Pero luego, una vez que queden aislados del mundo, encerrados en ese edificio poseído por el mal más puro, aquello que se presentaba como excitante se transformará en algo que escapa de toda comprensión.
Siguiendo la tradición de films de muertos vivos, lo que ocurre en el edificio es la propagación de un virus (una maldición) que se transmite a través de la saliva. Poco a poco las víctimas -personas normales que luego de una mordida mueren y vuelven a la vida transformados en seres rabiosos- se irán sumando, mientras los sobrevivientes buscan escapar, cosa que es impedida desde afuera ya que el Estado decide sellar el edificio y aislar a sus ocupantes porque creen que puede haber algún tipo de infección nuclear o algo por el estilo. Al igual que en Diario de los muertos, Cloverfield y El proyecto Blair Witch, [Rec] registra las acciones a través de una cámara que se nos presenta como documental: vemos sólo lo que filma Pablo, camarógrafo dispuesto a seguir el trabajo de los bomberos. Esta elección limita mucho a todo relato de horror porque lo lleva a depender demasiado del impacto inmediato y a correr el riesgo de caer en un simple trabajo de estilo o -peor aún- un ejercicio de estudiantes. Y si bien [Rec] no está exenta de esos peligros (de hecho cae en ellos por momentos), sus realizadores demuestran conocer la tradición de los verdaderos relatos de horror al hacer uso de una serie de elementos arquetípicos y simbólicos que ponen a la película en relación directa con esa tradición y la salvan de caer en el simple efectismo: la casa como morada del Mal, la escalera como símbolo climático, las diferentes habitaciones que responden a diferentes círculos infernales, el racionalismo y materialismo que, junto a las bajezas humanas, forman el caldo de cultivo ideal para la propagación de lo maléfico. Esta configuración tradicional alcanza su punto culminante en la última y magistral escena, cuando finalmente quedamos -protagonistas y espectadores- frente al horror más puro, frente al propio origen del Mal desatado, frente a una otredad que nos excede. Y esa otredad es una realidad imposible de percibir para una actividad secular y horizontal como el periodismo (que es en realidad su negación). Por ello en los minutos finales, en una decisión de puesta en escena ejemplar por parte de los directores, el registro que había regido hasta ese momento deja su lugar a una mirada completamente diferente. Y en ese cambio de registro -justificado, como corresponde, en lo argumental, ya que Pablo debe encender la “visión nocturna” de su cámara- pasamos, simétrica y simbólicamente, del periodismo al cine, al último avatar estético del hacer humano que aún es capaz de representar (soportar) cuestiones de verdadera trascendencia.