PISTOLEROS AL ATARDECER
Se ha considerado siempre al western como el género norteamericano por excelencia. Esta verdad a medias, no tiene que ver tanto con lo cinematográfico sino con el origen del género. Hoy por hoy, y a varias décadas del fin del cine clásico, el western aun se sostiene no sólo como ese género americano, sino también como el género cinematográfico más puro, complejo y profundo. El western es, en definitiva, el género cinematográfico por excelencia, aquel que ha sabido como ningún otro, elevar al cine no ya a la categoría de arte, sino a la categoría de mito. No existe otro género con la fuerza y aire mítico que tiene el western y es debido a eso que aquellos que logren acercarse al mismo estarán siempre frente a un universo tan vasto y tan rico como el que en otros siglos han ofrecido los mitos universales. Afirmar que el western es algo privativo de la cultura de Estados Unidos es tan absurdo e ignorante como sostener que los mitos griegos sólo le pertenecen a Grecia. El western cinematográfico parte de la necesidad de crear una mitología urgente para poder afianzar y unificar a una sociedad. El mito es justamente eso, un relato fundacional a partir del cual una sociedad puede erigirse. El mito remite a un pasado que los une a todos y les permite avanzar sobre una base sólida. Por eso todas las sociedades necesitan mitos, y por eso mismo las sociedades sin mitos tienden a la dispersión y al caos. Estados Unidos no tenía un pasado y necesitaba uno. Por razones obvias ese pasado no podía ser ni el de los aborígenes americanos ni el de los europeos. ¿Entonces, qué hacer? La conquista del Oeste era él único espacio mítico posible. Pero a diferencia de otras mitologías, ésta se debió construir velozmente y, mientras las películas comenzaron a crearla, los protagonistas de estos mitos aun vivían y hasta asesoraban a los realizadores. Este caso, único en el mundo, es muy interesante, porque le permite a la mitología del western un nivel de autoconciencia muy particular y una riqueza que la coloca en un lugar de privilegio dentro de la historia del arte cinematográfico. El más clásico de todos los géneros es a la vez el más moderno, porque trabaja dos niveles al mismo tiempo: el ritual de recrear una y otra vez el mito, al mismo tiempo que es consciente de que de eso se trata de eso, de un mito. No es de extrañar entonces que el máximo poeta, artista y filósofo que ha tenido al cine americano, John Ford, fuera el más grande autor dentro del western.
El western relata un período histórico puntual, aquél en el cual una nueva sociedad se está fundando. El género jamás negó el precio que esta nueva sociedad costó y fue justamente John Ford quien mejor captó esta fundación y el costo que aparejó. El western transcurre en la frontera, pero no sólo en la frontera física, sino en todas las fronteras, legales, morales, culturales. Quien realmente esté interesado en el género este tema es básico en cualquier aproximación al cine del Lejano Oeste. A los pueblos que se fundaban, primero llegaban las personas, después llegaba la ley. Por lo tanto, en el western, siempre estamos en el período en el que alguien está sosteniendo con su arma el orden, representando a una ley que aun no ha llegado. Ese es el terreno del héroe del western, un héroe mucho más complejo y profundo que cualquier otro héroe de cualquier otro género cinematográfico. Un héroe lúcido que sabe que su trabajo consiste en quedarse sin trabajo, en permitir que se construya una sociedad que lo va a excluir. Esto le da al héroe y al género su tono melancólico y amargo, pero también su inimitable grandeza. Porque en definitiva, lo que tenemos que darnos cuenta en que todos los seres humanos ayudamos a construir un mundo que nos excluye, esto no es sólo un tema del Oeste, esta es una metáfora perfecta sobre la existencia humana, por eso reducir al western es perderse la posibilidad de ver que habla del ser humano en cualquier tiempo y lugar, de cualquier sociedad, de cualquier experiencia individual y colectiva. En cuanto al ritual que significa seguir filmando westerns a más de cuarenta años de que se le decretara el final al género, sin duda que se trata de la posibilidad de volver a reflexionar sobre estos temas, volver plantear temas sociales, políticos y morales que no van a perder vigencia jamás. Cada nuevo western es una apuesta tan heroica y noble como la de los personajes que estos films retratan. Y si Clint Eastwood, Lawrence Kasdan y Kevin Costner fueron directores que apostaron al género en las últimas décadas, ahora hay que sumarle a Ed Harris, un actor director que también cree que el western es el terreno ideal para el arte.
Entre la vida y la muerte (Appaloosa, 2008) es un western puro. Hace décadas que el género mutó hacia formas más modernas o postmodernas, aun cuando el western tiene la capacidad de hacer clásico cualquier elemento que se le incorpore. Pero si acaso había una autoconciencia en el western clásico, en el western moderno a esa autoconciencia se le suma la búsqueda de la recuperación de los temas esenciales mediante nuevas vueltas de tuercas con respecto a la iconografía del género. El revisionismo en el western es hoy obligatorio, aun los westerns más aferrados al clasicismo deben buscar nuevas formas para actualizar la superficie sin trastocar el espíritu del género. El revisionismo mal entendido era un intento de tratar todos los temas que el western había escondido (cosa falsa, por cierto) y hacer una lectura coyuntural y efímera sin valor artístico o mítico. El revisionismo bien entendido era reflexionar sobre el género, aportando nuevos matices, pero siempre respetando todo lo hecho hasta ese momento. Entre la vida y la muerte brilla justamente por eso, por jugar al revisionismo, aportando una mirada crepuscular y desencantada del héroe, pero guardando bajo la manga un espíritu romántico que se anuncia desde el comienzo pero adquiere toda su dimensión al final. Por lo pronto, y como todo gran western, discute el mito, lo analiza y lo termina respaldándolo como algo esencial para la construcción de la sociedad. Virgil Cole (Ed Harris) y Everett Hitch (Viggo Mortensen) son dos pistoleros contratados para salvar al pueblo de las manos del ranchero Randall Bragg (Jeremy Irons), quien impone el caos mediante el uso indiscriminado de la violencia. Cole es el héroe, Hitch es su socio, un paso más atrás, ayudando a su compañero. Llega entonces al pueblo una viuda llamada Allison French (Renée Zellweger), que provocará una situación de mayor tensión cuando Cole y Hitch, ya nombrados sheriff y ayudante, deban enfrentarse a Bragg y sus hombres. Es justamente el personaje femenino lo que Harris ha decidido colocar en un espacio contrario a la historia del western, donde la mujer, (generalmente cantante/bailarina/prostituta debido al espacio salvaje donde transcurren las historias) tenía siempre un corazón noble. Pero lo que Harris comprende, como lo hacía Ford, entre otros, que en el western la mujer representa, generalmente, el futuro. A donde va la mujer está el futuro, y los espacios de hombres sin mujeres tienen los días contados. Por eso es tan doloroso el personaje femenino de este western, porque acá la metáfora da paso a la literalidad y por lo tanto a una profunda decepción acerca de ese personaje. Sin embargo, este sheriff, Cole, caído en desgracia, que renguea literal y metafóricamente, es la imagen misma del héroe caído, del sueño desecho de una sociedad justa, de una moral sin fisuras. Pero la película no lo juzga, Cole no se ha vendido, simplemente se ha civilizado. Como James Stewart en La ventana indiscreta, su limitación de movilidad habla del film de la aventura y la formación de un hogar. Ya no es un sheriff pistolero héroe, ahora es un trabajador sheriff que sin tanta dificultad debe mantener el orden en una sociedad más civilizada. Y es allí donde Hitch se termina mostrando como el verdadero héroe del film. Hitch, interpretado magistralmente por Mortensen, es el héroe lúcido que ve el cuadro total, que entiende los cambios sociales y el camino que va a seguir -y tiene que seguir- la sociedad. Sostiene el concepto fordiano de que el progreso es inevitable. El corazón del western está con la moral previa a ese progreso, una moral donde cada uno responde por sus actos, donde no hay acuerdos políticos ni los villanos se vuelven prestigiosos ciudadanos. El progreso no se puede ni se debe evitar, las sociedades se conforman y eso conlleva las virtudes y defectos humanos. Entonces el trabajo del cowboy está terminado y debe partir hacia al atardecer, hacia el crepúsculo de un género y de una época. Cada nuevo western habla sobre esto, cada nuevo western es un último acto heroico y sacrificado. Una forma de resistencia cinematográfica que defiende al más grande de los géneros. Cada nuevo western de fuerza clásica, como Entre la vida y la muerte, nos recuerda que nuestro corazón también está con ese cowboy que cabalga hasta el atardecer, aun cuando la vida nos acerca cada vez más al sheriff que se quedó en esa nueva sociedad.