SER DIGNO DE VER
El lenguaje del cine no tiene límites, así cómo no lo tendrán nunca los realizadores a la hora de hacer sus películas. Una misma historia se puede contar de infinitas formas y a priori ninguna tiene por qué ser mejor que otra. Por eso, lo que algunas veces para funcionar a la perfección, otra veces produce un efecto tan fallido que parece difícil que alguien haya creído que esa era la mejor forma de contar la historia. El cine es, contrario a lo que muchos piensan, el arte de la sutileza. Es justamente su forma poderosa y tan abarcadora de contar la realidad la que hace que de la sutileza la herramienta fundamental que diferencia al film intrascendente de la obra de arte. El cine pudo haber tomado elementos -y seguir tomándolos, claro- de la literatura y del teatro, pero a esta altura ya ha quedado claro que el cine ha desarrollado un lenguaje propio, capaz de ser completamente independiente de las demás artes. Cuando el cine recurre a un libro o a una obra de teatro como punto de partida, no es sólo el éxito o la fama de éstos aquello que se debe tener en cuenta, sino la posibilidad de que esa obra (literaria o teatral) pueda ser contada con el lenguaje del cine. Ceguera (Blindness, 2008), coproducción canadiense, brasilera y japonesa, dirigida por el director brasilero Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, El jardinero fiel), es una adaptación de la novela Ensayo sobre la ceguera, el libro de José Saramago, publicado en 1995 y posiblemente su obra más reconocida a nivel mundial. Meirelles, un realizador que tanto en Brasil como en Europa ha sabido desplegar notables recursos del lenguaje cinematográfico, decidió aquí respetar el espíritu alegórico del libro, sin medir que la consecuencia de tal acto produciría un film en la dirección opuesta a la que había ido su obra hasta el momento. La alegoría en el cine no posee la misma densidad que tiene en la literatura o el teatro y aunque hay films que han logrado plasmar con inteligencia un sentido alegórico, la alegoría en sí misma y por sí sola es incapaz de sostener una película de dos horas de duración de tono solemne y clima sórdido. Así es que Ceguera no sólo resulta ofensivamente obvia y subrayada, sino que además resulta un espectáculo cinematográfico carente de todo interés o fuerza. Meirelles se olvidó que el cine requiere -debido a la objetivad de la imagen- más que un guión y una puesta en escena alegóricas y que el espectador rápidamente puede leer todo lo que la película pretende en los primeros cinco minutos del film y de allí en más todo es repetición o camino previsible. Sí películas como El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962) o El proceso (Orson Welles, 1962) podían ser alegorías efectivas, se debía a que sus directores no descuidaban las capas sutiles que subyacen en todo buen film y que son la esencia misma de arte cinematográfico. Pero si la idea era hacer un film masivo, de fuerte contenido social y entretenido en un sentido más estándar (tal como son los anteriores films de Meirelles), hay ejemplos mejores -sobre todo en el cine de ciencia ficción y el cine de terror, en particular las películas de George A. Romero- que demuestran lo dicho al comienzo. No hay reglas para elegir el tono de un film. Pero si el dramatismo da risa, si la sordidez produce aburrimiento y si la reflexión final parece sacada de un libro de autoayuda, entonces no importa cuántas opciones tuvo el director, lo que queda claro es que eligió las erróneas.