Series

El juego del calamar: el desafío

De: Liz Oakes

El éxito mundial de la serie coreana El juego del calamar fue tan enorme, que no le deben haber alcanzado las manos a los creadores y productores para conseguir extender el furor de cualquier manera y a cualquier precio. Mientras que la serie buscará su continuidad y el merchandise se vende como pan caliente, la llama no debe apagar y Netflix estrenó el reality show El juego del calamar: el desafío (Squid Game: The Challenge) que no está hecho en Corea del sur, sino que es una coproducción entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Como todo fenómeno de explotación alocado, el resultado es todo lo demagógico, obvio y tonto que se podía imaginar. Total, el éxito ya está asegurado.

El programa no es malo, es pésimo. Una verdadera basura cuya mayor búsqueda es sostenerse a partir de la burla obvia que puede producir semejante mamarracho. Es cómo un parque temático filmado. Es como si luego de ver las películas de Star Wars o Harry Potter, alguien quisiera filmar a los turistas jugando en los juegos creados a partir de las escenas de la película. Un bochorno legendario. En el medio, claro, entrevistan a los protagonistas, como un verdadero reality.

Los que hicieron esta serie no son tontos, sabían lo que buscaban. Eso, sin embargo, no les impide golpear contra todos los límites obvios y peligrosos que hacer un reality sobre una ficción traía. El primer juego, curiosamente el más famoso de todos, el de la muñeca gigante, nos muestra dos cosas obvias pero claras de lo que vendrá. Gracias a Dios, nadie muere al no pasar la prueba, pero la totalidad del evento respira una falsedad que ni el reality de superhéroes de Stan Lee tuvo en su momento. Falso de toda falsedad. Infame.

Esto aumenta cuando llegan a los dormitorios, pero ahí queda claro algo: solo se divierten -si acaso les creemos algo- los que juegan. Ven los lugares donde transcurría la serie reconstruidos y se emocionan. Nadie sabe realmente cómo funciona todo, de verdad se ve falso y disparatado. Aparece, para darle algo de lógica, una estética de Gran Hermano (el reality, no la novela 1984 de George Orwell), porque la verdad es que no cierra nada en ningún momento.

No hay construcción alguna, ni emoción, realmente no nos importa nadie. Ni héroes ni villanos fuertes, ni reflexión alguna sobre ningún tema. Tampoco tiene demasiado sentido lo que pasa y debido a eso no hay casi momentos de suspenso. El episodio 3 es un desafío enorme, no para los participantes, sino para los espectadores, porque es difícil de tolerar y, curiosamente, no verlo es lo mismo que hacerlo, algo que habla muy mal de la serie. Tal vez lo más gracioso es que con el afán comercial hacen un juego a partir de una serie completamente siniestra. Para que no sea ofensiva se le cambia el sentido y se rompen todos los elementos dramáticos que valen la pena. Espero que los participantes la hayan pasado bien, porque para los espectadores se trata de una total y absoluta estafa. Y no, los cinco episodios iniciales estrenados en Netflix en noviembre del 2023 no completan el desafío, pero no cuenten conmigo para ver lo que sigue.