EL MITO, LA HISTORIA Y EL CINE
El mito
Ernesto Guevara murió el 9 de octubre de 1967. Recordemos por un instante lo que significa su figura a partir de ese momento. Imaginemos la forma en que el mundo lo veía en 1968, pensemos en Argentina, en sus detractores y en sus defensores. Ahora imaginemos la figura del Che en 1978, también en Argentina bajo la última dictadura militar, también en el mundo. Luego en 1988, durante la democracia, luego en 1998, ya sin Muro de Berlín, ya sin Guerra Fría, y con muchos que decretaban la muerte de las ideologías. Pensemos ahora en este 2008 que lo encuentra al Che Guevara convertido en el protagonista de esta película, que no es la primera ni la segunda que se le ha dedicado en la última década. Cualquier persona del mundo hoy puede comprar una remera con su rostro, ver un dibujito animado con su figura ironizada, o cantar canciones alusivas a su figura sin que esto represente un riesgo de ningún tipo. En algún sentido el Che Guevara, mal que le pese a sus fans y a sus enemigos mortales, ya no existe más. Pero esto no es necesariamente malo. Porque el Che hoy es más significativo para el mundo que nunca, ya no como personaje histórico, sino como mito. Su vida, su figura tienen la estructura mítica incorporada. Muchas veces, sin saberlo, las personas seleccionamos aquellas partes de su vida que se relacionan con el mito. Su muerte, antes de cumplir los 40 años, no hizo más que enfatizar el mito. Parafraseando al último Batman, de Christopher Nolan “se muere siendo un héroe o se vive lo suficiente para convertirse en villano”. Claro que esto no debe tomarse literalmente. Para el imaginario colectivo el Che Guevara es hoy tan real como el Rey Arturo, alguien que originalmente fue un caudillo galés y que unos siglos más tarde se convertiría en el mito no religioso más grande de Occidente. Y no han sido pocos los que han visto entre las fotos del Che muerto, las imágenes del martirio de Jesucristo. Las similitudes no son accidentales, son cualquier cosa menos eso. Están rodeadas por la necesidad de mitos, de historias unificadoras que las sociedades requieren para conformarse como tales. Claro que Ernesto Guevara murió en 1967, y en estos tiempos veloces en los que vivimos, el mito se construye con urgencia. Pero no se fuerza, a no confundirse, la historia de Ernesto Guevara se repite en distintas formas a lo largo de la historia de la humanidad. Y mientras se asuma que la historia del Che hoy se ha ido torciendo a favor del mito, más sencillo será dejar de pelearse por la verdad, cuando la verdad, no es lo más importante en lo que a mito se refiere. El Che es un mito y lo será cada vez más. El mito no se discute, sólo se discute la historia. En 200 años no sería de extrañar que cabalgue junto al Rey Arturo. De hecho, una de las formas en las que se escribe el nombre de sir Kay, un caballero de la Mesa Redonda, es justamente Che. Hoy parece absurdo. ¿Pero quién podía pensar en 1968 que un actor ganador del Oscar vendría a la Argentina a presentar este film y que la conferencia de prensa la daría con dos hombres disfrazados de Che, con armas en sus manos, a sus espaldas? Imaginemos esa imagen en 1978. Como se ve, la historia evoluciona y hoy presenciamos la creación de un mito frente a nuestros propios ojos. Esto, por supuesto, no nos desliga del compromiso con los hechos históricos, como bien sabe Steven Soderbergh, que intenta navegar por ambos caminos, inclinándose sutilmente hacia el mito, aun cuando todo el tiempo se quiera mostrar firme a nivel histórico.
La historia
La película arranca en México en 1954, el día en que Ernesto Guevara conoce a Fidel Castro en una reunión. Luego narra todo el camino hacia la Revolución Cubana, haciendo a su vez un montaje con el Che en las Naciones Unidas en 1964, tanto cuando da una conferencia en dicho organismo, como cuando es entrevistado por una periodista. Son muchos los hechos históricos que quedan afuera y muchas cosas se dan por entendidas, aunque no se las desarrolla. A pesar de que las dos partes del film suman en total más de cuatro horas, ni siquiera así parece alcanzar el tiempo al realizador para contarlo todo. Pero Soderbergh toma los propios diarios del Che para contar la historia y esto le da autenticidad y parcialidad a lo que vemos. La película no intenta mitificar abiertamente al Che, pero es claramente una película sobre el Che que no podría haber hecho hace 40 años (hace 39, Omar Sharif interpretó al Che en una película más bien torpe, dirigida por Richard Fleischer, que igualmente provocó escándalos). La historia está contada con seriedad aunque no se puede dudar de su parcialidad, tampoco parece ser muy disparatada en su retrato de la historia. Al cine le resulta más fácil enfatizar un mito que respetar la historia. Muchas veces el cuidar la rigurosidad con la historia produce un efecto contraproducente para el cine. Pero la película termina en un momento clave de la historia del Che: su camino hacia La Habana luego del triunfo de la revolución. O, como bien aclara él, el triunfo de la guerra, ya que la revolución estaba por empezar. Excelente momento para darle al film un final inquietante y hasta agridulce. Siempre, claro, teniendo a la historia presente.
El cine
Las primeras imágenes del film parecen más cercanas a La hora de los hornos (1966-68) que a cualquier biopic industrial, lo que no deja de ser sorprendente. Luego, como si de un Oliver Stone muy sobrio se tratara, Steven Soderbergh narra en varios tiempos y alternando blanco y negro y color. Soderbergh está muy contenido aquí y no hace virtuosismos que atenten contra el relato. Recordemos que se trata de un film en dos partes, y que acá estamos analizando sólo la primera. Aquí se percibe un Che heroico, valiente, inteligente, honesto, carismático, un héroe que, a lo largo de todo el metraje, parece vivir amenazado por una traición en el futuro. Y por eso el final es probablemente lo mejor del film. Esa escena en la carretera, en donde el Che obliga a sus hombres a volver al pueblo de donde venían para devolver un auto robado, es el indicio de lo que está por venir. Si acaso pudiéramos -y yo aconsejo hacerlo- pensar al Che como un personaje de ficción, El Argentino es una película con un personaje fuera de serie, un gigante. Y el actor que lo interpreta nació para ese papel. La inmortalidad del Che como personaje no se debe en la vida real sólo a sus ideas, sino a su imagen. En el cine, esto es obviamente mucho más importante, y Benicio Del Toro nos convence de querer y admirar al personaje que interpreta. Lejos de ser un admirador del Che real, me interesa más el Che del mito y también este Che del cine. La segunda parte, Guerrilla, seguramente traerá los momentos más oscuros y contradictorios, los que llegaron con la toma del poder. Por ahora, esos momentos no están, y el Che de esta película se ve grande y heroico. Para la historia están los libros de Historia, para el cine, El argentino cumple con las reglas básicas y efectivas de un buen espectáculo, cargado de emoción e ideas. Esta película muestra a un héroe honesto nacido en Argentina mientras camina con firmeza hacia el mito. Más tarde o más temprano se convertirá sólo en eso, y su revolución, de forma insospechada, entonces habrá triunfado.