Dejar el mundo atrás tiene todas las marcas de un producto Netflix. Salida fuerte, éxito, estrellas atractivas y una premisa sólida para el momento de empezar a ver. No tiene la obligación de las películas estrenadas masivamente en cines (aunque se estrenó en algunas ciudades del mundo) de responder a sus promesas y una vez todos dentro, aunque cada uno en su casa, ya está hecho el negocio. La premisa acá es menos clara que en otras películas, pero igualmente queda claro que un evento terrible ha ocurrido y los protagonistas deben sobrevivir. No es que la película no lo muestre, es que, con razón, prefiere jugar a postergar las revelaciones. Media hora después de haberla visto, gran parte de la trama se olvida, porque es una de esas películas que cambia de rumbo todo el tiempo y por lo tanto, recordarla bien es exponerla a sus contradicciones. Es una escena a la vez, buscando siempre el impacto, prometiendo algo que, ya se puede anticipar, nunca llega a un lugar del todo claro.
Hemos visto películas malas y obras maestras tanto en cine como en nuestras casas. A largo plazo, lo que es bueno queda, lo que es malo no hay pantalla que lo salve. En esta historia recordamos que un familia sale de forma intempestiva de la casa para tomarse unas vacaciones en las afueras, en una casa lujosa pero alejada de la gran ciudad. El guión nos ahorra temas y arranca con Amanda (Julia Roberts) diciendo a su marido (Ethan Hawke) que ya alquiló la casa e hizo las valijas para ellos y sus dos hijos. No tiene lógica, pero nos ahorra diez minutos de película. Cuando llegan a la casa perciben algunas señales de que las cosas no andan bien con los dispositivos electrónicos. Pero la situación se vuelve más tensa cuando en medio de la noche dos extraños muy bien vestidos golpean a su puerta. Estas dos personas, padre e hija, dicen ser los dueños de la casa alquilada. La razón por la cuál están ahí es porque un ciberataque ha provocado un apagón tecnológico y no tiene otra opción que molestar a sus inquilinos para estar en el único lugar seguro donde pueden quedarse. A pesar de la desconfianza inicial, Amanda y su marido aceptan convivir con los Scott (Mahershala Ali y Myha’la), sin saber que el ataque es mucho más grave y definitivo de lo que creen.
El guión y la dirección son de Sam Esmail, el mismo que creó la serie Mr. Robot (2015-2019) y su trabajo consiste en adaptar el libro del Rumaan Alam y amalgamar una gran cantidad de temas en una película que mezcla la ciencia ficción con el drama y el terror. Una mezcla de géneros que se ve aún más complicada por los cambios de rumbo que la historia tiene. Cada escena busca ganarse el premio a la escena más interesante y original, pero la desconexión entre todas ellas es demasiado grande como para que esta experiencia sea disfrutable. Al estar producida por Barack y Michelle Obama, todos los radares del discurso político woke se encienden, aunque al final de camino son solo algunos apuntes dentro de la confusión general. Abrir enigmas sin preocuparse por cerrarlos es un estilo, pero conlleva el riesgo de que se pierda el interés una vez entendido el truco. El discurso político, la denuncia de un mundo que depende de la tecnología, el racismo, la desconfianza hacia los gobiernos, la solidaridad versus el egoísmo. Las partes no se suman, sino que se restan, la película se apaga antes de llegar a la mitad y como único beneficio aparecen algunas escenas interesantes más.
La seriedad de la película se vuelve solemnidad y debido a eso se expone al ridículo. Su enigma no merecía un largometraje. Es como las películas fallidas de M. Night Shyamalan aunque no le llega ni cerca a los niveles de suspenso que solía tener ese director en sus grandes títulos. El final es tan decepcionante como el resto, aún cuando intente darle un giro con una sonrisa a esta historia de una sociedad entrando en un apocalipsis producto de una ataque cibernético. La inquietante hipótesis que plantea no genera en ningún momento la más mínima angustia o reflexión. Un episodio muy mediocre de Black Mirror ofrece más que esto, no porque sea mejor, sino porque es más breve. Demasiadas promesas para muy poco resultado.