DOS GIGANTES EN EL BARRO
Con el poco imaginativo título Las dos caras de la ley, se estrena en Argentina Righteous Kill, película en la que De Niro y Pacino finalmente interactúan. Cabe recordar que en El Padrino II cada uno era protagonista de historias separadas en el tiempo y narradas de forma paralela, y que en Fuego contra fuego apenas compartían unos pocos minutos. Esta situación -la de dos estrellas prestigiosas coprotagonizando un mismo film- es un acontecimiento en sí mismo. Con extensas carreras a cuestas, que incluyen en ambos casos varias películas memorables y trabajos con algunos de los más importantes cineastas de los últimos treinta años – entre ellos con los también ítaloamericanos Coppola, De Palma y Scorsese- ya no hay forma de minimizar la dimensión de estos actores, más allá de los altibajos que hay en sus carreras, y más allá de los errores en la valoración de sus trabajos (recuérdese que Pacino fue premiado con un Oscar por Perfume de mujer, mientras que fue relegado por la que seguramente es la mejor interpretación de su carrera: Michael Corleone). Así las cosas, podría decirse entonces que Las dos caras de la ley corre con una ventaja: los nombres de sus actores principales, que además de servir como un efectivo gancho de comercialización, brindan un piso actoral alto. Sin embargo, para desgracia del film, hay otro par de nombres en juego, que son los de Jon Avnet, el director, y Russell Gewirtz, su guionista. Porque mientras el dúo de actores hacen su trabajo con oficio -de taquito, con gracia, sin sobreactuar- el híbrido guión de Gerwirtz y la falta de estilo de Avnet se dan la mano en un thriller de segunda que cuenta cómo dos viejos detectives al borde de la jubilación intentan esclarecer una serie de asesinatos relacionados entre sí, que a su vez guardan un posible vínculo con un viejo hecho que fue resuelto por ellos años atrás. Y por más que en el transcurso de la película se insinúen planteos morales y éticos en torno al papel y alcance de la justicia y la ley, y que también se vislumbre algún apunte de carácter religioso, en ningún momento estos elementos alcanzan verdadero peso ni se desarrollan. No hay postura alguna en Las dos caras de la ley. Sólo hay torpeza narrativa, que intenta ser disimulada -obviamente sin éxito- con una vuelta de tuerca final.
Mientras el film avanza y decepciona escena tras escena, un gran fuera de campo puede aparecer en la imaginativa cabeza del espectador; uno en el que dos detectives experimentados se debaten en dilemas éticos mientras llevan adelante su tarea con profesionalismo y heroicidad. O también podría ser que esos detectives se encuentren inmersos en un drama espiritual, religioso, en el cual la búsqueda del Bien los lleve a la redención, o si fallan, a la Caída. Dos caminos entonces: el del héroe profesional a la manera de Howard Hawks o el del héroe teologizado a la manera de Alfred Hichtcock. Dos caminos convergentes que, en gran medida, representan todo el cine. Sin embargo, de la mano del dúo Gerwirtz-Avnet, en lugar de ver a dos personajes viviendo sus dramas y aventuras mientras se ensucian en lo más bajo del mundo, el espectador padece viendo cómo dos gigantes de la talla de De Niro y Pacino se hunden en el barro de una película absolutamente olvidable.