En una cinematografía donde el cine político es una bajada de línea manipuladora tras otra, en donde todas las películas parecen cortadas por el mismo relato progresista hipócrita, da gusto ver un film donde la política existe, y sus personajes protagónicos están todos comprometidos con la política, pero el centro de la historia es otro. Alicia es la historia de un joven militante cuya madre muere de cáncer y él debe ordenar sus cosas, recordando todo el proceso de enfermedad, dolor y despedida.
La película es cruda y dolorosa, pero tiene tanta verdad en la forma en que encara el tema que adquiere una nobleza que justifica sus momentos más terribles. Como extra, el realizador tiene una habilidad para mezclar material con el protagonista en un registro documental y pasar a la ficción de una escena a otra sin problemas. Una marcha del día del trabajador o una procesión a Luján conviven con el guión de manera impecable. También hay un velorio judío y una misa del Pastor Jiménez. A pesar de todas las convicciones del personaje protagónico, frente a la muerte las preguntas lo llevan –no sin un aliviador sentido del humor- a preguntarse y a preguntarles a otros acerca de la vida y la muerte. Aun sin ser perfecta en los momentos de pura ficción, Alicia se diferencia, por su inteligencia y valentía, de la mayoría de los films nacionales cercanos a la política. Su humanidad va muy por arriba.