El mundo se ha llenado de monstruos, mutaciones de animales conocidos que dominan la Tierra mientras los humanos encuentran refugio en pequeñas comunidades que viven escondidas. En un bunker sobrevive Joel, el único soltero dentro del pequeño grupo que pasa sus días intentando conseguir alimentos y no ser comido por las criaturas horribles que hay arriba.
Antes del desastre, Joel había conocido a una chica de la cual se había enamorado. Por el radio del refugio descubre donde está ella y toma la decisión de ir a buscarla, enfrentando un camino de 85 millas hasta el reencuentro. Es una misión casi imposible, más aún cuando Joel es el menos hábil para el combate de todo el grupo. Sus amigos apoyan su decisión a pesar de las dudas y Joel, que suele paralizarse frente a los monstruos, carga su mochila para recorrer la distancia.
Hay mucho humor en la película, hay por supuesto aventura, hay amor y, el que avisa no es traidor, muchísimos monstruos a lo largo de todo el recorrido. La película logra un equilibrio brillante entre todos estos ingredientes, sin excederse en ninguno de ellos. Los efectos visuales son tan perfectos que es casi una falta de respeto mencionarlos. Solo porque sabemos que no existen esos monstruos entendemos que son impecables.
Aunque la película no fue pensada para la pandemia, sin proponérselo ofrece un discurso acerca de la existencia en épocas difíciles. No, no sabían lo que se venía, pero que la vida se abra camino y dejar de estar encerrados viviendo con miedo es un discurso que encaja en cualquier tiempo y lugar. Hasta en eso es luminosa y emocionante la película. Pura diversión sin culpa con un discurso de libertad que muestra que más allá del cariño por los monstruos, la película tiene una profunda fe en la condición humana.