Respetando la tradición para poder plegarse a la genealogía que el cine norteamericano construyó alrededor del tema de la Mafia, el director inglés Ridley Scott consigue su mejor obra en mucho tiempo, aunque no le alcanza para hacer una gran película.
La primera incursión como director del guionista de la saga de Bourne lo muestra como un cineasta sólido, capaz de realizar un film perfecto en su concepción técnica y narrativa así como también rico y sutil en capacidad simbólica. Tal como ocurría en la tríada de films protagonizados por el ex agente de CIA, en Michael Clayton vuelven a aparecer elementos que tienen como fin poner de manifiesto una posición ética y política determinada. Y esos elementos adquieren también connotaciones míticas.
Remake de un clásico de la década del 50, El tren de las 3:10 a Yuma es un western que intenta actualizar algunos tópicos del género y agregarle algún condimento extra al film. Pero lejos de ensayar una nueva mirada sobre el universo de su antecesora, esta nueva versión sólo puede verse como un ejercicio que por momentos es eficaz, pero que a fin de cuentas se revela superficial.
La tercera parte de esta especie de saga dirigida por el complejo y ecléctico director Steven Soderbergh es por lejos la más floja de las tres, pero sirve para marcar los límites de la explotación comercial de ciertas ideas así como el oficio no siempre efectivo de algunos directores
Dentro del confuso panorama estético del cine de acción actual, Bourne: el ultimátum es uno de los pocos films que consigue aunar dos elementos imprescindibles de los buenos exponentes del género. Por un lado, una potente coherencia estética, y por el otro, un personaje protagónico con valores y una mirada del mundo que se extiende a todo el film.
“Creo para comprender y comprendo para creer mejor”.
rnSan Agustín.
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Aunque cada vez de forma más esporádica, cada tanto aparece en cartel alguna película que sorprende por su estirpe clásica. Esta vez esa la sorpresa corre por cuenta de Los dueños de la noche, un relato familiar y policial que parte de una pequeña excusa argumental para contar una historia universal e imperecedera. O sea, una película hecha a imagen y semejanza del viejo Hollywood.
A partir de diferentes momentos de la vida de uno de los personajes más relevantes de la cultura musical norteamericana del siglo XX, Bob Dylan, el director Todd Haynes construye un biopic que intenta alejarse de las formas más ordinarias de ese pseudogénero, pero que termina cayendo en uno de los peores defectos del así denominado cine independiente: el esteticismo vacuo.
Con el cierre de su cuarta temporada, Lost terminó de confirmar que, dentro del amplio espectro de series de televisión norteamericanas, ocupa un lugar de privilegio, no sólo por el alcance de su éxito mundial sino, sobre todo, por la perfección de sus guiones y la profundidad y riqueza simbólica con la trata temas trascendentes de la condición del ser humano.
Luego del buen trabajo realizado en la anterior entrega de las aventuras del héroe encapotado, Christopher Nolan ofrece una film espectacular y profundo, donde la cantidad de lecturas que ofrece encuentra su centro en la figura del Guasón, villano que en esta oportunidad trasciende cualquier adjetivo y clasificación para trasnformarse en una de las representaciones maléficas más puras e inquietantes del cine de los últimos años.