A mitad de camino entre el drama y la comedia, esta ópera prima de espíritu independiente pone de manifiesto todas las limitaciones que desde hace varios años afecta a este tipo de películas. Más allá de un planteo argumental que puede despertar interés se trata de un film que carece de estilo y profundidad.
Dito Montiel -quien supo ser músico, modelo y escritor- narra en su primera incursión en el terrero cinematográfico los violentos años de su adolescencia en la década del 80 en Queens, Nueva York. Y lo hace acumulando situaciones saturadas de violencia y de imágenes estilizadas por demás, llevando así a que la película se sienta más como un conjunto de calculados golpes de efectos que como un relato sincero y emotivo.
Anclado en la explotación de clisés, guiños canchero-paródicos y construcciones narrativas efectistas, el cine de terror de los últimos años ha dado pocos films realmente relevantes. Esta película española presenta limitaciones que podrían llevarla a formar parte de la larga lista de títulos olvidables, sin embargo, paralelamente, hace gala de algunas virtudes que la vuelven una película digna de atención.
En la segunda aparición de Daniel Craig en la piel de James Bond, y bajo la dirección del mediocre Marc Forster, la nueva entrega de las aventuras del agente secreto 007 continua la tendencia habitual de apostar nada más que a la espectacularidad. Y en esta oportunidad alcanza uno de los puntos más bajos de toda la serie.
Ver a los actores más prestigiosos de las últimas décadas trabajando juntos será para muchos espectadores motivo suficiente para acercarse a este film en el que Robert De Niro y Al Pacino encarnan una pareja de detectives que intenta resolver una serie de crímenes que guardan relación entre sí. Sin embargo, la película –un policial menos que rutinario- no tiene mucho para ofrecer más allá de la excusa de ver a las dos megaestrellas juntas.
Siguiendo los parámetros estilísticos fijados en sus anteriores películas, y sin agregarle ningún elemento que la distinga por sobre el resto de su obra, Kevin Smith, quien hace más de una década había sido saludado como una promesa dentro del mundo independiente, entrega un nuevo intento de comedia que no hace más que poner de manifiesto todas las limitaciones de su concepción del cine y el mundo.
El estreno de la nueva película que tiene como protagonista al joven mago, vuelve a poner de manifiesto las limitaciones cinematográficas de las entregas anteriores. Y plantea un pequeño desafío crítico: la de encontrar algo novedoso para decir sobre un film que forma parte de una saga cuyos componentes carecen de rasgos autorales y distintivos entre sí.
De aliento clásico y factura técnica moderna, el nuevo film del ineludible director de Fuego contra fuego y Colateral, es una cima dentro de la producción cinematográfica actual. Una obra contundente, compleja y profunda; un retrato de época, una reflexión sobre el cine, su alcance y su sentido último; también, y sobre todo, un cuento trágico que hace pensar en los mejores exponentes de este arte impar.
A partir de la efectividad de sus gags y de su impecable narración, ¿Qué pasó ayer? Puede pensarse como una de las más logradas y originales comedias de los últimos años. Pero también como la puesta en funcionamiento de cierta mentalidad masculina que no puede ocultar su hipocresía.
Ambientada en la Francia ocupada por los nazis, y a través de un historia que de manera deliberada decide ignorar los hechos históricos, la nueva película del director de Tiempos violentos vuelve a poner de manifiesto todo su universo cinéfilo ya conocido y festejado. Pero también, y sobre todo, las limitaciones de su cine.