EL DISCRETO ENCANTO DEL LADO OSCURO
“No sé cuantas veces me han preguntado qué hay en la cajita. Como no lo sé, la única respuesta posible es: lo que usted quiera. ” Esta declaración de Luis Buñuel se refiere al exótico cofrecito que aparecía en Belle de Jour, uno de los tantos artilugios y misterios que poblaban la película de mayor éxito comercial y fama internacional de este director. Sin lugar a dudas, algunas de las imágenes más efectivas e impactantes de la historia del cine le pertenecen. Podría decirse que, después del ojo hendido de El perro andaluz, la silueta de una jovencita Catherine Deneuve, desnuda y despeinada sobre una cama, es una de sus postales más famosas.
Justamente, retomando algo de la pregnancia de aquella película, Manoel de Oliveira construye Belle Toujours, un pequeño gran homenaje al director español y a su guionista, Jean-Claude Carrière. Bien lejos del ánimo de las miles de precuelas y secuelas que proliferan en el cine actual, la operación en este caso se relaciona con la apertura de sentido de la que habló alguna vez Buñuel. En dirección opuesta a la tendencia de la industria, que se desvive por aprovechar cualquier cabo suelto y exprimir hasta las últimas gotas de viejos aciertos y buenos recuerdos, Oliveira es absolutamente consciente de que no vale la pena cerrar aquella historia. Reaviva la tensión entre los personajes de Séverine y Husson (Bulle Ogier, Michel Piccoli) y crea un reencuentro muchos años después. Es decir, Belle Toujours no explica absolutamente nada sobre los enigmas de aquella obra emblemática de 1967, si bien ése parecería ser el tema.
La película se edifica y se sostiene gracias a la atracción que genera volver a ver a esta intrigante dupla en la pantalla. Es un intento de prolongar y celebrar aquella extraña sensación de incertidumbre que desató tanta controversia. Se vuelven a plantear desafíos al espectador, pero en otros términos. Desde el montaje y la planificación, ya no se intenta mezclar el estatuto de lo real y lo onírico, sino que se trata de poder transmitir el paso del tiempo. En lugar de transportar al público a mundos extraños y seductores, y de esta manera prolongar la apuesta original, el director portugués instaura la calma. Acorde con la edad de los protagonistas, Belle Toujours explora la ciudad de París y a sus protagonistas desde un tempo muy lento. El personaje de Michel Piccoli lleva adelante la acción y dirige la historia. Su mirada fanfarrona descubre a Séverine en la primera escena, durante un concierto de Dvoràk, y desata la persecución. Oliveira se toma su tiempo, muestra a Husson ostentando su galantería en hoteles y bares mientras sigue el rastro de la misteriosa dama. El encuentro se dilata con intervenciones de algunos pequeños personajes (un barman, unas prostitutas) y, cuando finalmente se produce, el silencio y la penumbra se apoderan de la imagen.
De esta manera, el velo permanece, los enigmas se refuerzan con sutileza. La quietud de la cámara, la fotografía oscura, el trabajo con el fuera de campo y el juego con el sonido y la música potencian la observación. Así, en esta continuación-apostilla, la participación emocional no tiene que ver con el suspenso, la interpretación o la novedad, sino con el gesto de reanimar a los personajes y complacerse de su presencia. Lo hermético, lo fascinante de la película de Buñuel se conserva y se dilata. Como sucedía con la pregunta acerca del contenido de aquella cajita china, las elecciones incluyen continuamente al espectador, lo invitan a recorrer los intersticios. La opacidad se instala para que Séverine pueda ser siempre bella y cada cual pueda disfrutar imaginando qué se habrán dicho estos dos.