Hay algo desafiante en el ser humano, que aun sabiendo que su existencia es breve, disfruta de perder el tiempo con cosas irrelevantes. Black Adam lleva ese concepto demasiado lejos al hacernos perder dos horas y cinco minutos en una película de superhéroes tan vieja y poco interesante que no hay manera de rescatarla o entender sus intenciones. No se acepta como argumento -ni aquí ni en ningún otro lado- la frase “Sí leíste el comic…” porque la mitad de las cosas que vemos se inspiran en un material previo y cuando son brillantes no importa nada si conocemos ese texto previo. Black Adam es una película que está sola, frente al mundo, en una pantalla, y es insufrible.
El principal gancho está en convertir a un villano en héroe o al menos describir ese intento. Para que eso tenga valor es necesario que el protagonista sea una figura capaz de representar eso. Obviamente no lo es, porque hace rato que Dwayne Johnson es una de las estrellas más adorables de la pantalla y su carisma se basa en que es bueno. Nadie le cree que es malo, incluso cuando su enorme figura puede ser atemorizante para sus contrincantes. ¿En qué momento de Black Adam vamos a creer que es capaz de matar a un superhéroe? Respuesta: en ninguno, ni por un instante. Listo, entonces la película está arruinada en ese aspecto.
No es el único, claro, el grupo de héroes que se enfrenta al héroe/villano Black Adam está guionado a la vista. Se les ven las costuras, los chistes, las frases emocionantes, las respuestas ingeniosas, incluso los sacrificios. Sí, hemos visto esto mil veces y muchas de esas veces también lo hemos visto funcionar. Acá no funciona. Incluso Pierce Brosnan en el rol de Dr. Fate está lejos de lo que podría haber sido. Todo el resto del elenco está peor, eso sí. Visualmente es ambiciosa pero fea, pasada de imágenes feas, explosiones varias y tonterías a granel. Y tiene una escena post créditos que es un insulto al mundo DC. Pero no podemos anticiparla.
No conforme con todo lo dicho, la película despliega un universo anticolonialista que parece sacado de un manual de izquierda de la década del sesenta, construido desde ese mismo espacio que la película dice que es el mal. Es probable que hacer una interpretación política de una película tan fallida sea darle demasiada importancia, más aún cuando su demagogia termine siendo algo incoherente y llena de contradicciones. Un paso en falso agotador, doblemente doloroso viniendo de un gran director como Jaume Collet-Serra.