Hay dos Kitano. Un Kitano llamado Beat Takeshi, actor, comediante, amante de lo ridículo y lo absurdo. Y hay un señor llamado Takeshi Kitano, uno de los más grandes cineastas de los últimos cuarenta años. Muchas veces conviven sin problemas, porque uno firma la dirección de las películas y otro aparece como el actor protagónico. Primero fue el cómico, luego el autor cinematográfico. En Japón fueron los últimos en aceptar que detrás de la comedia física de Beat Takeshi se escondía un genio. Fue recién con Flores de fuego (Hana-Bi, 1997) que ya nadie, ni en Japón ni en ningún otro lugar del mundo, pudo negar su talento único y su originalidad. La primera vez que supe de la existencia de Kitano fue cuando vi la portada de un video de Violent Cop (1989). Arriba del título decía “La respuesta japonesa a Clint Eastwood”. Por supuesto que desconfié de tal promoción, pero era verdad, estrella de la actuación y maestro en la dirección. Hombre de pocas palabras y acciones concretas. Pero si a Japón le costó aceptar el lado dramático de Kitano, a occidente le cuesta muchísimo más aceptar su comedia japonesa alocada y absurda.
Broken Rage se vende como una de sus películas de yakuzas, el género en el cual supo brillar como director y actor dramático. Pero el propio Kitano ha renegado de ese género y desde hace tiempo se cuestiona a sí mismo como director, actor y también promotor de esta clase de películas. Por eso Broken Rage es una película sobre un asesino a sueldo infiltrado y a la vez una parodia de dicho género. Lo insólito y lo asombroso es que primero es una cosa y luego vuelve a contar la misma historia como lo segundo. Primero es en serio y luego es en broma. La misma historia, con los mismos personajes, una empieza cuando termina la primera. Solo Kitano puede hacer algo así. Una película tan absurda cuyo único antecedente -parcial- es Te odio, mi amor (Unfaithfully Yours, 1947) de Preston Sturges, donde la situación era imaginada dramática y ejecutada cómica. Pero acá se va mucho más allá.
Takeshi Kitano inició su carrera como comediante, formando un dúo llamado The Two Beats, de ahí el nombre de Beat Takeshi a la hora de actuar. Este dúo representaba la comedia manzai, un género japonés de comedia stand up a toda velocidad, con un personaje serio y uno ridículo. Takeshi, claro, era el ridículo y cómico. Acá hace un manzai dividido, poniendo primero la versión seria y luego la cómica. En este caso la versión seria se ve algo simple y tonta, casi exageradamente sencilla, ya anunciando ciertas dudas acerca del género. Y luego la segunda parte es comedia slapstick sin culpas. Un gag tras otro que va volviéndose cada vez más efectivo hasta rematar en el absurdo total. Mezcla de comedia física con cartoon con surrealismo, sin culpa alguna por el delirio. Una comedia coherente con Japón y con Kitano, pero difícil para el gusto occidental. Todo este combo dura sesenta y dos minutos e incluye un par de momentos de metalenguaje cuando aparecen comentarios sobre la película en un chat en pantalla. Takeshi Kitano asumió esa autoconciencia desde el cambio de siglo y la vuelve a mostrar cada vez que puede. Este genio del cine ha recuperado su espíritu y luego de esa maravilla llamada Kubi (2023) nos regala otra parodia de los géneros que lo vieron crecer, jugando para los dos bandos en los que ha brillado desde hace décadas.