EL HUMANISMO SEGÚN SPIELBERG
Las aproximaciones a una película o a un cineasta pueden ser muchas, y casi las hay tantas como espectadores existen. Pero a grandes rasgos lo que suele verse es que hay quienes evalúan a un film por lo divertido, otros por lo plausible, otros por el tema que dice tratar, otros por su calidad artística. Todo esto puede combinarse de infinitas maneras y varía según el producto que se tiene adelante. Lo que aun hoy me resulta asombroso es la manera en la cual espectadores y críticos son incapaces, muchas veces, de evaluar o valorar la cosmovisión de un film y un realizador. Las películas parecen ser tomadas como entretenimientos superficiales o como denuncias puntuales. Pero casi siempre se pasa por alto el punto de vista que un film y su director tienen sobre el mundo. Esa visión no sólo está expresada en el guión sino, sobretodo, en la estética del film y de su director. Y aclaro varias veces film y director porque obviamente hay films que no tienen a su director como verdadero y único artífice, sino la combinación de varias personas o un autor que no es el director. No es el caso de Caballo de guerra, dirigida por uno de los directores más personales de la historia del cine. No se puede pasar por una película sin preguntarse cuál es su mirada del mundo o sin pensar en que la puesta en escena es donde se expresa con mayor profundidad la mirada artística sobre la existencia humana.
Caballo de guerra es la expresión pura y genuina de un director y su mundo. Mientras, muchos prefieren correr detrás de los vendedores de espejitos de colores, los efectistas de turno que vienen a descubrir la pólvora donde ya fue creada y no arañan ni en sus sueños la grandeza de los maestros, viejos o nuevos. La coyuntura junta a este film de Spielberg con otros nominados a los premios, entre ellos el Oscar, y existe la tentación de hacer comparaciones. Pero no es justo. Basta decir que films cuyo trabajo de dirección sólo consiste en ilustrar diálogos o directores pretenciosos pero finalmente confusos, o lisa y llanamente cineastas mediocres, no merecerían ser más respetados que Spielberg. Pero es parte de la vida de los maestros no ser del todo valorados en su camino, porque el camino de un artista suele ser muchas veces incomprendido. Spielberg es, entre los genios de la historia del cine, el más popular, pero a la vez el más subestimado por muchos críticos e incluso por muchos espectadores. La respuesta está en el propio cine de Spielberg. Es cuestión de sentarse y mirar. Las películas hacen el resto.
La Primera Guerra Mundial fue la última guerra donde los caballos tuvieron una participación central. El caballo se convertiría, a partir de allí, en algo del pasado. Caballo de guerra es, a su manera, también algo del pasado, es un film que si bien está realizado con una técnica cinematográfica actual e impecable, resulta anacrónica y old fashioned por elección, estética y moral. Spielberg sabe que la forma de su cine es una forma clásica, sabe que él es anacrónico y no le preocupa. Este año se estrenó también Las aventuras de Tintin El secreto del Unicornio , en la que hacía alarde de no hacer alarde alguno de modernidad. Una obra capaz de tomar la máxima tecnología digital para tener la estética de un film de aventuras de la década del 30 y del 40. Para quien ame el lenguaje cinematográfico, tanto este film de animación como Caballo de guerra, son dos films bellos, estéticamente complejos y nunca demagógicos. Este aspecto puede llegar a ser pasado por alto por críticos y espectadores, como si acaso no estuvieran en presencia de un arte cinematográfico superior. Como sea, el cine de Spielberg puede ser muchas cosas, pero nunca arbitrario, incoherente o sin sentido. Tiene una estética y una cosmovisión absolutamente definidas.
(Se advierte al lector que a partir de este momento se analizarán escenas de la trama, quien no desea saberlas antes de ver el film, puede dejar de leer aquí)
La forma en que la que se cuenta una historia es tan importante o más que la historia misma. Ignorar esto lleva a malinterpretar el cine. Por supuesto que la forma cinematográfica también puede ser vacía y no necesariamente por bella o impactante tiene detrás un sustento moral e ideológico. La manera en que se narra una historia y los temas que se tratan en esa historia deben estar sí o sí íntimamente ligados. En cada decisión de un director hay una moral, una ética que lo diferencia o lo emparenta con otros artistas o intelectuales. En el caso de Caballo de guerra , Spielberg se conecta, claramente, con su maestro. Las referencias fordianas que la película tiene son evidentes. Emily Watson, quien interpreta a la madre del protagonista, es una mujer fordiana absoluta y ¡Qué verde era mi valle! parece asomarse en más de un momento. Sin embargo, lo que Spielberg tomó de John Ford va más allá de encuadres y personajes. Spielberg se relaciona con Ford en su propensión hacia el pudor cinematográfico. En Caballo de guerra no son pocas las escenas que lo demuestran. Muchos personajes mueren en esta película, pero cada una de esas muertes está resuelta fuera de cuadro. El oficial inglés que cabalga sobre Joey jamás cae en batalla: simplemente vemos el caballo corriendo ya sin jinete. Los jóvenes soldados alemanes que son fusilados por desertores mueren fuera de nuestra mirada porque el aspa de un molino se interpone entre nosotros y el momento de su muerte. La niña francesa simplemente ya no está. Andrew, el amigo de Albert, desaparece tapado por el gas pero no lo vemos caer. Pudoroso es Spielberg incluso en el nacimiento de Joey, donde el director nos evita el poco pudoroso plano del momento del parto, algo en lo que suelen regodearse la inmensa mayoría de los directores.
Spielberg es un humanista, y esto se trasluce en la importancia que le da a sus personajes y sus características principales. Spielberg encuentra humanidad en todos lados, incluso en los peores momentos. Y no porque intente con esto negar la crueldad o la sordidez del mundo, sino porque busca, a través del caballo protagonista, recorrer el mundo a través de su costado más humano. De hecho Caballo de guerra es una película muy dura, donde presenciamos entre otras cosas, el sacrificio de la generación más joven. Son niños, adolescentes y jóvenes todos los que mueren en la película, nunca una persona mayor. La película muestra esto con ambigüedad digna del cine clásico. Presenciamos los instantes de grandeza en medio de la devastación. Joey cabalga, literalmente, por el valle de la muerte. O como dice un personaje refiriéndose a las palomas mensajeras, vuela por encima de la guerra para poder volver a casa. Se eleva por encima del desastre, no permite que la guerra y la destrucción le quiten su humanidad. No hay que aclarar acá que hablamos de la humanidad de un caballo, obvio juego de palabras para mostrar que es Joey el testigo de la historia. Como el del burro de Al azar Baltasar, es su punto de vista el que nos guía por la historia. A todas las escenas, tarde o temprano, llega Joey. Sin embargo, Spielberg es un director narrativo clásico y una de sus máximas virtudes es no permitir que la historia se le transforme en una alegoría. A diferencia del maestro Bresson, Spielberg sabe sacar el pie del acelerador porque su objetivo no es alegórico y no desea cargar las tintas sobre el caballo hasta transformarlo en pura metáfora. Spielberg es narrativo y consigue que Joey sea un personaje protagónico, que siga siendo funcional al relato, aun con sus fuertes evocaciones religiosas.
Como buen humanista que es, posiblemente uno de los últimos en el mundo del cine, Spielberg muestra también optimismo. Ese optimismo claramente realzado en esa imagen de Lo que el viento se llevó , que evoca la expresión de mañana será otro día inmortalizada dentro de la historia grande del cine. Su optimismo no le hacer perder jamás lucidez ni profundidad ni dureza. Algunos realizadores hacen gala de crueldad y sordidez, Spielberg realiza el camino contrario. Es bueno que el espectador perciba esto y sea capaz de leerlo. No es lo mismo cualquier director, como no es lo mismo cualquier mirada del mundo y es deber y derecho de los espectadores estar atentos a la diferencia. Es Steven Spielberg un director tan clásico y tan extraordinario que muchos espectadores y críticos se entregan al relato y se olvidan de la complejidad del mismo. Pero en Spielberg, como en pocos directores de la historia del cine mundial, el espacio para la interpretación y el análisis es gigantesco. En estas líneas apenas si he podido arañar la superficie de una película enorme y bella, como suele ser toda la obra de Spielberg y como queda demostrado aquí una vez más.