LA LLEGADA DEL TREN A LA ESTACIÓN OZU
Hou Hsiao-hsien es desde hace ya muchos años uno de los cineastas orientales más prestigiosos y respetados a nivel mundial, tal como lo demuestra no sólo su estrellato en el mundo de los festivales internacionales, sino también su prolífera filmografía, que incluye a varios clásicos contemporáneos dentro del denominado cine de autor. Sus films más conocidos son Flores de Shangai (1998) y Millennium Mambo (2001). Sin embargo, la filmografía de este cineasta taiwanés está conformada por muchos otros, varios de los cuales permanecen inéditos en nuestro país. Café Lumière viene a cubrir entonces uno de los muchos baches que el espectador local posee en relación a las producciones del cine de Oriente. Así es como, poco a poco, muchos cineastas de Corea, Japón, Hong Kong, China y Taiwán comienzan a mostrarse en nuestro país más allá del ámbito que les prestan los festivales de cine. Hou Hsiao-hsien es un director nacido en China, en 1947, pero su origen es taiwanés, ya que con tan sólo un año su familia se trasladó a vivir a Taiwán y él no volvió más a su país natal. En las décadas siguientes, el realizador fue testigo de la evolución de su país adoptivo, de su crecimiento y de sus cambios sociales.
En el ámbito específico del cine, la verdadera tensión cultural en Taiwán se da con Japón, pués éste es a Taiwán lo que el cine occidental es respecto de otros países de Oriente. Japón prácticamente colonizó durante décadas el cine de taiwanés y sus influencias han sido muy fuertes. En Café Lumière Japón es el espacio de las acciones, aunque si bien ya había aparecido representado en otros films del director, éste es el primero de sus títulos realizado íntegramente en el país nipón. La explicación es que responde a un encargo de Shokiku Films, una productora que, con motivo de cumplirse el centenario del nacimiento de Yasujiro Ozu el más valioso realizador que haya trabajado para el estudio, decidió rendirle un homenaje a partir de una serie de eventos. Dichos eventos consistieron en una retrospectiva con los 33 films que se conservan del gran director japonés y en la producción de este film, que luego de planificarse como una película colectiva terminó siendo realizada exclusivamente por Hou Hsiao-hsien, uno de los más reconocidos admiradores de Ozu y uno de los muchos cineastas influenciados por sus películas.
No historia de Tokyo
Una joven escritora y su amigo librero forman una platónica pareja en la que ambos comparten el placer y la sensibilidad por cosas que le son indiferentes al común de la gente. Hou Hsiao-hsien los sigue en sus trayectos y sus charlas, así como también por sus silencios y sus desencuentros. Los padres de ella, en particular el padre, remite a esos personajes mayores de los films de Ozu, a su vez, la desencontrada literalmente pareja y la constatación visual de ese desencuentro mediante uno de los planos más hermosos que se hayan filmado, parece acercarnos a esa juventud que el realizador japonés también supo retratar con mayor libertad dramática y visual en la madurez de su carrera y casi al final de su filmografía. Café Lumière no fue realizada por Ozu, pero sirve para corroborar algo que en su momento afirmaba con razón mi colega Daniela Vilaboa acerca de que Ozu nos resulta moderno, pero sin embargo su cine, a pesar de su personal estilo, cumple con elementos narrativos propios del clasicismo. Lo cual resulta por demás cierto, ya que al ver esta recreación realizada por Hou Hsiao-hsien, recordamos el crecimiento dramático de la tensión y de la narratividad que poseía Ozu y que aquí, coherente a la impronta de su director, no existe. Un film de Ozu posee la misma libertad, belleza y narratividad de John Ford o Robert Bresson, aunque los tres parezcan ser distintos entre sí. Hou Hsiao-hsien manifiesta en cada plano su falta de interés por el dramatismo o la estructura, insistiendo más bien en las figuras laberínticas, en los caminos que parecen conducir a ninguna parte. Es saludable esta fidelidad al propio estilo mientras se homenajea al maestro. Y no es irrelevante tampoco la imagen del joven librero que trata de captar el sonido de la llegada del tren a la estación, en una clarísima alusión a La llegada del tren a la estación, el famoso cortometraje de los Hermanos Lumière, que muchos toman como el nacimiento oficial del cine. Esa búsqueda por capturar lo inasible de una obra pasada es la confesión humilde de un director considerado uno de los maestros del cine actual que, sin embargo, se reconoce heredero, deudor e imposible seguidor de otros que vinieron antes que él. Finalmente, Café Lumière logra algo realmente sorprendente. En su estilo, su mirada y su evocación del cine del maestro japonés, Hou Hsiao-hsien nos enfrenta a una melancolía semejante a la de aquellos films que reconstruye. Y aunque sus preocupaciones no son las mismas, descubrimos cargados de emoción cuánto se extraña a Yasujiro Ozu, al tiempo que tomamos conciencia que la simpleza de su arte y de su universo se ha ido para siempre. Ozu construyó gran parte de su cine con este sentimiento del paso del tiempo, de la desaparición de un mundo y su reemplazo por otro más moderno que le resultaba menos interesante. También captó esa tensión entre las distintas generaciones, en la que cada una representa un mundo, y que ese nuevo mundo tiende a borrar al anterior. Café Lumière tiene la humildad de avisarnos que Ozu existe y que sus películas pueden ser captadas por quien que sepa buscar y escuchar, como hacen todo el tiempo los protagonistas de esta película.