Las primeras escenas de la película parecen anunciar una bajada de línea permanente, un discurso que se impone por encima del lenguaje cinematográfico y que no logra ser acompañado por este. Camila es una adolescente que vive en la ciudad de La Plata y debe mudarse de forma urgente a Buenos Aires junto a su madre por los problemas de salud de su abuela. De la libertad de la escuela que tenía pasa a un colegio religioso conservador. Deja atrás a sus amigos pero conoce nuevos, aunque el entorno es hostil en muchos aspectos y a Camila le cuesta adaptarse, si acaso eso fuera posible.
La bajada de línea se mantiene, pero se van desarrollando los personajes y la película parece cobrar vida y ganar autenticidad. La directora no confía en que las acciones sean más fuertes que las palabras y su evidente falta de cariño por el lenguaje cinematográfico se acentúa nuevamente al final, cuando todo es discurso, subrayado y discurso. La realizadora tiene establecido lo que quiere decirnos y fuerza el mundo para eso. Se podría decir que todos los cineastas hacen eso, pero los buenos son los que además entregan una película que valga la pena ver. No es el caso de Camila saldrá esta noche la propuesta más demagógica y complaciente para quedar bien y acomodarse con los tiempos que corren. El final de la película es directamente un papelón.