El único mérito de Campamento con mamá es durar 95 minutos y tener la chance de formar parte de esas notas abominables tituladas “Cinco películas que duran menos de 100 minutos y que podés ver en Netflix”. Yo la incluiría en una nota cuyo título podría ser “Cinco películas que te hacen desear darte de baja de Netflix”. Este largometraje pertenece al género de cine familiar, una denominación previa al cine infantil que solía englobar a todos aquellos títulos aptos para todo público que combinaban diversión y humor capaz de ser disfrutado desde los niños hasta los adultos. Los estudios Disney supieron explotar al máximo este género durante la mitad del siglo XX, usando actores y grandes historias, antes del dominio total del cine de animación.
Sigue la historia de Patricia y su hijo preadolescente Ramiro, con quien lleva una complicada convivencia. Un día, Patricia descubre que Ramiro quiere mudarse a la casa de su padre después de asistir al campamento de fin de curso, lo cual hace que entre en un estado de desesperación por no ser la madre genial que espera su hija. El día del viaje, los conductores del colectivo no pasan la prueba de alcoholemia arriesgando a que los chicos pierdan la posibilidad de tener su campamento, sin embargo, Patricia se ofrece a manejar el bus para salvar la situación con en el fin de demostrarle a su hijo que es una madre divertida y no se vaya a vivir con el padre.
Patricia (Natalia Oreiro) está al frente de una compañía de camiones heredada de su padre. Conoce su oficio, maneja bien los camiones y lo lleva adelante junto con su no tan eficiente hermana Carla (Sofía Morandi). El hijo preadolescente de Patricia, Ramiro (Milo Zeus) está cansado de su madre dominante y planea irse a vivir con su papá y su segunda esposa embarazada. Cuando el viaje de egresados de la primaria se ve amenazado por falta de dos choferes, Patricia se ofrece para manejar el micro. Porque de dos choferes se pasa a uno, nadie lo sabe, pero no es importante. Ramiro, por supuesto, vive esto como una pesadilla, mientras que Patricia quiere demostrarle a su hijo que puede ser una madre genial. Además de los niños, viajan una madre encargada de cuidar al grupo (Dalia Gutmann) y el profesor (Pablo Rago). Se trata de una comedia con un lado emotivo y un camino de aprendizaje. No es obligatorio que las películas sean sorprendentes para ser buenas, acá estamos frente a un guión previsible a niveles asombrosos, más aún si se tiene en cuenta que tiene cuatro guionistas. Tal vez hicieron cada uno una lista de lugares comunes y el trabajo de los cuatro terminó conformando esta película de tan sólo 95 minutos que podés ver en Netflix.
Las películas con elencos infantiles son un deporte difícil de practicar y no todos consiguen ser Escuela de rock, por decirlo de forma amable. Manto de piedad para los niños que no pueden ser tan jóvenes y lidiar con esta historia. Natalia Oreiro es otra cosa. La actriz cuando deja de interesarse por un trabajo recurre a la más pobre de sus herramientas, convertirse en una Tita Merello con derechos humanos, propia del siglo XXI. Su talento y su carisma no funcionan cuando no hay ganas ni película. Lo mismo para el resto, aunque sea su presencia el gancho principal. La exploración del vínculo madre e hijo atraviesa líneas de diálogo imposibles y juegan sin lograrlo a la comedia y pasa al bochorno cuando busca la emoción y el drama. La banda de sonido nos golpea en la cabeza como un pájaro carpintero para avisarnos donde hay que reír y donde hay que llorar. Yo diría que dan ganas de llorar, pero no de emoción, sino de tristeza al presenciar tal espectáculo. El final, para que no quede un solo cliché sin exprimir, es con el elenco bailando y Natalia Oreiro cantando. Esa alegría de los elencos que nos cae bien cuando las película es buena y nos produce furia cuando es mala. Parece una remake de cien películas y al mismo tiempo especular con convertirse en el punto de origen de otras tantas. Tomar nota y evitarlas a todas.